miércoles, 20 de febrero de 2013

Una noche en el monte.

Había sido una semana muy dura. Todo a mi alrededor parecía querer estresarme y en lo único que era capaz de pensar durante la semana era en que llegara, por fin, el viernes para escaparme al monte. Una tienda de campaña, una fogata y la única compañía de las estrellas.

Me pasaba los días organizando todo en mi cabeza. El sitio que iba a elegir para poner la tienda, las cosas que tenía que llevar, el tiempo que iba a estar y, sobre todo, disfrutaba pensando en las cosas que iba a hacer mientras estuviera allí. Eso me ayudaba a pasar más rápido los días de la semana. Pero por mucho que imaginé todas las cosas que iba a hacer nunca pensé que fuera a pasar lo que realmente pasó.

El viernes a la tarde ya tenía la comida y la tienda de campaña metidas en el coche y tras darme una ducha que me ayudara a relajarme un poco me monte en mi coche y me lancé a la aventura. No por nada mis amigas siempre me dicen que estoy como una cabra...y las cabras, como dice el refrán, siempre tiran al monte.

Conocía, en la ladera de un monte cercano a mi ciudad, un rincón rodeado de árboles que daban al lugar la intimidad y soledad que yo buscaba pero que en su centro, como si del ojo de un huracán se tratara, había un claro que me permitía tumbarme en el suelo y disfrutar del cielo estrellado del levante. Un cielo estrellado que desde mi ciudad era imposible contemplar por las luces de la calle que se tragaban cualquier otra luz.

Empezaba a caer la noche y ya tenía montada la tienda de campaña. Aunque esta prohibido me gusta hacer una fogata que da una luz especial al lugar, como una cena con velas, y que también me ayuda a alejar alguno de los animales del bosque.

Era una noche calurosa. Yo iba vestida con un vestido negro,ligero, y la soledad e intimidad de la montaña me permitían ir sin ropa interior ante la ausencia de posibles miradas indiscretas. Eso me permitía tumbarme sobre la hierba y sentir su frescor en mi piel. Mi vestido negro y mi melena negra me permitían camuflarme en la noche y sentirme una parte más de la naturaleza y no una intrusa que venía a romper la calma de aquel lugar.

Después de una ligera cena cerca del fuego me dispuse a tomar una copa de vino mientras me dejaba abrazar por el aroma a hierba fresca y a madera. Disfruté de cada sorbo mientras la calma se apoderaba de mi ser y aliviaba cualquier rastro de ansiedad de mi piel. No necesité más de dos copas y un par de horas para olvidarme por completo del estrés de la semana y, completamente relajada me tumbe sobre la hierba mirando a las estrellas.

La tranquilidad del lugar, el acogedor ambiente, las copas de vino y la sensación de que la hierba me acariciaba la piel me hacía sentir tan bien que mi imaginación empezó a volar. He de reconocer que tengo etapas en mi vida completamente distintas. En unas me puedo pasar semanas sin pensar siquiera en el sexo, otras en cambio necesito masturbarme varias veces al día. Ese día en la montaña estaba en uno de esas últimas etapas.

Me subí ligeramente el vestido y dejé que la hierba fresca acariciara mis muslos. Mis manos buscaron la parte alta de mi vestido y, aprovechando la suavidad de la tela empecé a acariciarme los pechos con delicadeza, disfrutando de cada caricia y notando a cada una de ellas como la piel se me iba erizando.

El roce de mis dedos sobre la ropa fue endureciendo mis pechos y la sensación de sentirme excitada empezó a apoderarse de mi cuerpo. Mis caderas empezaron a moverse y eso hizo que el vestido se me subiera aún más y la hierba acariciara mis nalgas y sus hojas más altas rozaran parcialmente mi sexo que comenzaba a humedecerse.

Debo reconocer que a veces me gusta ser “cruel” conmigo misma y aunque mi sexo empezaba a pedirme, con sus fuertes latidos y su humedad, mis caricias yo seguía entretenida en mis pechos y en mordisquearme los labios haciendo desesperar a esa otra parte de mi cuerpo que deseaba ser acariciada.

Pero mi excitación fue a más. La humedad ya empapaba mis muslos y mi cuerpo entero se retorcía de placer sobre la hierba. Estaba a punto de sucumbir a los deseos de mi sexo cuando un fuerte ruido tras los árboles rompió la mágia del momento asustándome. Me levanté de un salto del suelo y me coloqué bien el vestido pensando que algún merodeador andaba por el lugar. Volví a escuchar el ruido tras los árboles y curiosa, nerviosa y asustada a partes iguales me acerqué a ver que hacía aquel ruido. Cuando lo descubrí la curiosidad y los nervios desaparecieron; no puedo decir lo mismo del estar asustada. Entre los árboles una pantera negra había dado caza a un conejo y disfrutaba de su festín. Asustada decido regresar al fuego con la esperanza de que una vez que haya devorado a su presa la pantera continúe su camino sin percatarse de mi presencia o de protegerme junto al fuego. No ocurrió así.

No llevaba ni un minuto sentada junto al fuego mirando nerviosa hacía el bosque cuando la cabeza de la pantera negra apareció en el claro. Quise correr asustada y protegerme en mi coche pero el miedo me paralizó por completo. Era incapaz de moverme y la pantera seguía acercándose a mi. Finalmente se quedó parada justo al borde de la luz que emanaba del fuego. “Bien el fuego la asusta” Me dije como una tonta. Se quedó unos segundos allí quieta y pude observarla detenidamente. Su pelo negro parecía terciopelo y brillaba a la luz de la luna. Sus ojos eran dos estrellas redondas abiertas de par en par en la noche. Debía medir algo mas de un metro de largo pero yo estaba convencida que si se lanzaba sobre mi me devoraría de un solo bocado.

Entonces dio otro paso más rompiendo la barrera imaginaria de seguridad que me daba la luz y yo ya estaba convencida de que el conejo había sido sólo el aperitivo de aquel poderoso animal y que yo me iba a convertir en el plato principal. Dio dos pasos más hacía mi y su hocico quedo prácticamente al lado de mis piernas. Se me quedó mirando unos segundos y después me golpeo ligeramente con su hocico en mi pierna y volvió a mirarme.

Sin comprender y no se si llevada por la locura, el miedo o vete tu a saber que, alargue mi mano y la acaricié la cabeza. Increíblemente no rechazó mis caricias.

Llevada por aquel gesto de acercamiento me incorpore ligeramente y me dispuse a acariciar el lomo de aquel increíble animal y aquella piel aterciopelada y negra como las profundidades de la noche. Su piel era suave y no parecía molestarle mis caricias. Era como si un gato enorme pero manso se dejara acariciar aunque a mi no se me terminaba de olvidar que unos minutos antes aquel mismo “gato” devoraba un conejo.

Mi mano recorrió su cabeza, su lomo, sus piernas y finalmente su bajo vientre...cuando mi mano choco contra su miembro descubrí que la pantera que tenía delante era en realidad un macho.

La pantera, o debería llamarle el pantera no lo se, volvió a golpear con su cabeza en mis piernas, esta vez mas insistentemente y con su corpulencia me desequilibró y me tiró al suelo. No pude llegar a recuperar mi verticalidad cuando tenía ya a la pantera entre mis piernas. Me quedé absolutamente quieta.

Mi vestido se había vuelto a subir al caerme y habían quedado a la vista todas mis intimidades. La pantera olfateaba curiosa entre mis muslos. Entonces comprendí que había llamado su atención allí.

En mis muslos aún quedaban restos resecos de mis flujos de cuando había empezado a masturbarme y aquel olor parecía llamar la atención de aquel animal. Yo era completamente incapaz de moverme y entonces ocurrió.

¡Oh dios! Debo estar completamente loca. Aquel animal me recorrió entera con su lengua llevándose cualquier resto de aquellos flujos y al pasarla por mi coño me arrancó un gemido de placer como nunca nadie lo había hecho en mi vida. Me sentí enloquecer. ¿ O ya estaba loca? No lo se, el caso es que el primer pensamiento que pasó por mi cabeza no fue ni el de huir, ni el de asustarme por miedo a ser devorada. El primer pensamiento que pasó por mi cabeza fue el de que aquella pantera negra volviera a pasar su lengua por mi coño. Y lo hizo...¡Dios!

Una corriente eléctrica cruzó mi cuerpo. Inmediatamente mi cuerpo reaccionó a aquel segundo lengüetazo y todos los signos de excitación que tenía mi cuerpo cuando me estaba masturbando (pezones erectos, respiración entrecortada, calor, coño empapado) todos volvieron de golpe. Fue una sensación que no había tenido en mi vida, algo que no me había ocurrido nunca, algo impensable para mi hasta entonces...pero a la tercera lamida de aquel animal llegué al orgasmo y creí desfallecer.

Como sabiendo que había ocurrido el animal dejó de lamerme. Me levanté ligeramente con las piernas aún temblorosas lo suficiente como para conseguir apoyarme sobre su lomo.

“Dios que has hecho...eres precioso...que has hecho...dios...” Era lo único que conseguía balbucear mientras volvía a acariciarle el lomo.

Cuando mi mente recuperó un poco de lucidez, que no de cordura, recordé con que había chocado mi mano al acariciarle el bajo vientre. Esta vez si, curiosa, volví a acariciarle en aquel lugar. Me encontré con un enorme pene armado que tenía la misma piel suave que el resto del cuerpo del animal.

Notando aquel pene erecto entre mis dedos sentí que debía algo a aquel animal después del orgasmo que me había hecho tener con su lengua. E instintivamente, como hacen los animales, empecé a masturbarlo. Primero suavemente, y después, cada vez más excitada con la idea, con fuerza. La pantera comenzó a ronronear...si, a ronronear, como un gato, un gato enorme y salvaje pero un gato. Y su polla siguió creciendo entre mis dedos.

Me excite. Ya he dicho que estaba en una de esas etapas de mi vida que necesitaba masturbarme varias veces al día. Y con mi mano libre empecé a masturbarme mientras seguía haciendo lo mismo con la otra mano al animal.

Mis dedos resbalaban cada vez con mas facilidad sobre mi coño que volvía a humedecerse rápidamente. Mi otra mano masturbaba enérgicamente aquel miembro viril en pleno esplendor. Me sentía al borde del segundo orgasmo y cerré los ojos. El animal volvió a empujarme con fuerza con su cabeza y caí de espaldas al suelo. Otra vez más fue más rápido que yo. Y esta vez se puso completamente encima de mi.

Me asusté, Me asusté muchísimo. Comencé a gritar pero soy tan buena escogiendo mis escondites en el bosque que aunque me hubiera dejado la voz gritando nunca hubiera venido nadie a ayudarme. Comprendiéndolo me quede callada. Y cuando comprendí que es lo que quería aquel animal por miedo a ser devorada, no me quedó más remedio que aceptarlo.

No intentaba morderme. Su cuerpo no me atacaba. Solamente me retenía. Y su polla...esa que segundos antes estaba masturbando con mi mano chocaba violentamente contra mis nalgas apretadas contra el suelo. ¿Que podía hacer? Estaba excitadisima, lo reconozco pero aunque sólo hubiese sido por supervivencia en aquel momento hubiese hecho lo mismo. Levante mis caderas.

Aquel animal salvaje aprovechó la ocasión y no tardó en lograr penetrarme. Una penetración profunda, de un solo golpe que me hizo daño. Sentí desgarrarme por dentro cuando aquel miembro enorme entró por completo dentro de mí. Fue un dolor intenso que me hizo gritar, pero a la vez mitigado por el hecho de que mi coño estaba perfectamente lubricado. Un dolor que poco a poco fue siendo reemplazado por la misma intensidad de placer. Completamente dominada, sin posibilidad de resistencia, sin ninguna otra opción que dejarme follar por aquel animal me sentí como una perra, como una zorra. como una cerda...como una pantera en celo. Como cualquier animal al que a una mujer le comparan cuando quieren decir de ella que es una puta.

Lo reconozco...no se cuantas veces llegué al orgasmo. Muchas...demasiadas...No lo recuerdo porque llevaba por el placer, el miedo, y aquella sensación de sumisión que me devoraba las entrañas perdí el conocimiento y me convertí en un juguete de peluche para aquella pantera que podría haber hecho conmigo lo que quisiera. Recuerdo que el ultimo pensamiento que tuve antes de desfallecer fue...Si muero entre sus fauces será el final más increíble. El primero que tuve al despertar a la mañana siguiente fue lo mal que me sienta beber vino.

Me desperté tumbada en el suelo. Prácticamente desnuda con el vestido rodeando mi cuello y mi cuerpo sobre la hierba. Me dolía el cuerpo al levantarme del suelo y antes de que el vestido volviera a cubrir mi piel pude ver restos de flujo en mis muslos. La cordura volvió a mi cabeza. Seguramente me había estado masturbando cuando el cansancio de una dura semana me dejó dormida pero la necesidad de alcanzar orgasmos me había tenido masturbándome incluso en sueños fantaseando con mi fantasía de ser poseída por un animal salvaje que no tuviera compasión por mi y me hiciera sentir sumisa y esclava de mis deseos.

Al parecer todo había sido una fantasía erótica y fascinante de mi imaginación. Y digo al parecer...por que al llegar a casa y quitarme la ropa me llevé una sorpresa al mirarme en el espejo. Mi espalda estaba enrojecida y con unos arañazos que me llevan doliendo toda esta semana, que cruzaban toda mi espalda.

Y ahora tengo un problema...no se que pasó realmente. Sólo se que me mojo entera cada vez que me recuerdo sintiéndome como un animal en celo, sumisa y obligada bajo la virilidad de aquel animal.

viernes, 6 de julio de 2012

Alumna y profesor...




Entré en su despacho con la intención de preguntarle unas dudas sobre la asignatura que impartía en la universidad. La verdad es que en su asignatura siempre tenía dudas. Le prestaba tanta atención a él, a sus pantalones ceñidos a ese bonito culo, al intenso brillo de sus ojos, a la movilidad de sus dedos que tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel, que normalmente no me enteraba de nada de lo que decía en la clase.

Nada más entrar por la puerta de su despacho, después de llamar inocentemente, me recibió con una sonrisa tan calida y cautivadora que me sentí humedecer y me hizo temblar las piernas.

— Pasa Anjana, pasa. ¿Alguna duda sobre mi clase de hoy? — me dijo mientras yo sentía como todo el calor de mi cuerpo se concentraba en mis pómulos sonrojados y....entre mis piernas.

“Si, ¿cuando me harás sentir tus dedos sobre mi piel?" pensé para mí en decirle pero de mis labios solo broto un tímido y tartamudeante si.

Me ofreció sentarme en una silla de cuero negro frente a su mesa y me interrogó con la mirada. Yo le expuse mis dudas sin poder quitarme de la mente sus labios que tanto me apetecía besar. Se levantó de su asiento. Colocó sus brazos sobre los brazos de la silla y con dulzura me empezó a explicar mis dudas. Yo podía sentir su aliento jugando en mi pelo. El calor de sus palabras atravesaba mi melena y erizaba los pelos de mi nuca. No pude evitarlo me eché a temblar.

En los brazos de la silla sus dedos jugueteaban tamborileando. Sus palabras dejaron de ser audibles para mis oídos. Solo podía pensar en aquellos dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel lugar prohibido que yo ya sentía empapado.

Estaba nerviosa, alterada, excitada, cachonda, loca de deseo y sin saber realmente lo que hacia, en un impulso incontrolable, mecánico, agarré una de sus manos, la arranqué de apoyabrazos de la silla y la apoyé con fuerza contra mi sexo latente por encima de la tela de mi falda.

La apreté con fuerza con mis dos manos por si él reaccionaba intentando apartarla. No quería que se moviera de allí. No lo hizo.

Durante unos segundos se quedo quieto. Yo podía sentir el calor de su mano en mi húmedo sexo. Notaba la tela de mi tanga humedecido. Mi excitación era tal que mis pezones se endurecieron contra mi blusa y mordiéndome los labios empecé a contonear mis caderas contra su mano.

El no decía nada, no hacia nada. Podía sentir su respiración en mi cuello, su mano en mi sexo. Dios como lo disfrutaba.

Entonces él empezó a mover sus dedos. A tamborilear como había hecho antes en la silla pero ahora sobre mi coño. Al sentir sus dedos moverse de mi boca escapó un gemido de placer. Solté su mano y me aferré con fuerza a los brazos de la silla.

Con su otra mano apartó el pelo de mi cuello y empezó a besarme con dulzura, dejando restos de su humedad en mi cuello, en el lóbulo de mi oreja, casi en mis hombros. La mano que acariciaba mi entrepierna se detuvo un instante. Un "No pares por favor" se escapó de mis labios. El subió mi falda hasta dejar mis muslos a la vista. Yo abrí mis piernas. Mi tanga de color rosa chile tenía una enorme mancha de flujos a la altura de mi sexo. Estaba tan caliente.

El lo separó con la yema de sus dedos. Aquellos dedos mágicos que tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel. Los deslizó por todo mi coño. Empapándose. Haciéndome gemir de placer. Luego empezó a masturbarme. Primero despacio. Rozándome. Pasando los dedos por cada poro de sensibilidad de mi empapado sexo. Después martilleo con delicadeza mi clítoris y por ultimo, haciéndome estallar en gemidos incontrolables, me penetró con dos de sus dedos.

Era tanto el placer que sentía que notaba como mi cuerpo se contraía y mi espalda se arqueaba buscando sentir más dentro de mí aquellos dos dedos. No pares, no pares, era lo único que era capaz de decirle entre gemido y gemido.

Entonces llamaron a la puerta. Ninguno de los dos dijimos nada. Yo contuve mis gemidos. Me mordía los labios hasta casi hacérmelos sangrar. Estaba al borde del orgasmo. Necesitaba llegar al orgasmo.

En la puerta seguían insistiendo. Golpeaban cada vez con más insistencia en el cristal opaco que nos ocultaba de miradas indiscretas. El respondió:

— Un segundo por favor ahora le atiendo —Mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones en mi coño.

Le agarré su mano con las mías. Mi cuerpo se contrajo, mi sexo se convulsionó, mis labios sufrieron la mordedura de un brutal orgasmo contenido.

Después él fue hacia la puerta. Yo me coloque el vestido. Era el director que venía a preguntarle por los exámenes. Él me miró y sonriendo me dijo:

— Seguiremos con las explicaciones en otro momento...y no te preocupes profundizaremos un poco más en la materia —sonrojada me levanté y salí del despacho.

Sólo esperaba que él no tuviera que dar muchas explicaciones por la mancha de olor sexual que había en su silla.

Al día siguiente volví al despacho del profesor. Me había pasado la noche pensando en él, en la suavidad de sus manos, en como me había masturbado. Había pensado tanto en él y en aquel momento a su lado que había terminado masturbándome bajo mis sabanas susurrando entre gemidos su nombre.

Me había levantado con una decisión tomada. Aquello no podía acabar así, el profesor se merecía una recompensa por ser tan aplicado en sus explicaciones. Con una sonrisa entré en el despacho.

Él, al verme entrar en su oficina con aquellos pantalones vaqueros ajustados que remarcaban mi figura, con el pelo suelto cayéndome sobre los hombros y con una sonrisa maliciosa en la cara, no pudo evitar sentirse sexualmente atraído de nuevo. Él también había tenido que masturbarse en su casa recordando el olor de sus dedos cuando la joven se convulsionó apretando su mano.

Fue a levantarse para recibirme pero con un gesto le hice ver que no hacia falta.

— Tranquilo profesor, hoy no vengo a preguntarle dudas, solo a devolverle el favor de ayer.

Puso cara de no comprender pero en cuanto pasé al otro lado de la mesa y le dí un suave beso en los labios comenzó a entender.

Fue un beso calido en el que los labios se rozaron con dulzura. Después sintió la punta de mi lengua humedecerle la boca y por ultimo mi pasión juvenil besándole intensamente buscando entrelazar nuestras lenguas. Fue un beso tan intenso y pasional que no puedo evitar excitarse hasta que su sexo deformara la cremallera de su pantalón. Aunque él no podía saberlo aquel beso me había humedecido la ropa interior.

Dispuesta a compensar a mi profesor me arrodillé entre la silla y la mesa y con dulzura, malicia y deseo reflejados en mis ojos fui soltando el cinturón y la cremallera del pantalón.

El bóxer negro ajustado que llevaba se veía deformado por la tensión de su sexo. Desde tan cerca casi podía sentirlo latir bajo la tela. Sin pesármelo dos veces le di un beso. El cuerpo del profesor se convulsionó en la silla. Por encima de la tela fui recorriendo aquella polla con la que había soñado la noche anterior, desde la base de los huevos, que desprendían un calor que hacia arder mis labios, hasta la cima de aquel capullo que ya imaginaba rosado y húmedo.

Volví a sentirse tremendamente excitada. Mi sexo latía bajo mis braguitas blancas. Sin dejar de dar suaves besos al miembro erecto de mi profesor fue soltándome los pantalones vaqueros y buscando con la yema de mis dedos la humedad de mis braguitas.

Entonces llamaron a la puerta. El profesor se puso tenso y me empujó debajo de la mesa. Me quedé allí, quieta, con las manos metidas en mis pantalones vaqueros y con el olor de aquella polla a escasos centímetros de mi cara.

—Adelante, pase —dijo el profesor.

Una voz de mujer habló desde la puerta. Era una compañera de clase. Una chica tan guapa como odiosa con la que no me llevaba nada bien.

La joven tonteaba entre risitas y preguntas estupidas con el profesor. Él se mostraba nervioso. Escondida bajo la mesa, con mis bragas empapadas y aquella polla que tanto deseaba frente a mí, no se resistí más. Abrí el bóxer de mi profesor y extraje su pene que se quedo erguido. Tenía las venas marcadas, el capullo sonrosado se mostraba en pleno esplendor, de su punta brotaban pequeñas gotas de flujos que delataban la excitación de mi amante. Recogí aquellas gotas con la punta de mi lengua. Él se estremeció.


— ¿Esta Usted bien profesor? —preguntó la inoportuna compañera de clase.

— Si, si muy bien —contestó él mientras me iba introduciendo su sexo hasta el fondo de mi boca.

Pese a lo comprometido de la situación no podía parar. Si me sacaba aquel erecto miembro de la boca estallaría en gemidos de placer por el roce de mis dedos en el coño y aquello terminaría por delatarnos. Además se sentía tan rico el sabor de mi profesor en la boca. Disfrutaba tanto de las gotas de néctar que aquella polla me regalaba que no me hubiera liberado de ella por nada en el mundo.

A cada beso, a cada lamida, a cada succión que le daba a aquel instrumento de placer notaba como crecía en mi boca y con ella mi excitación me acercaba más a mi orgasmo. El profesor a duras penas conseguía mantener una conversación coherente con su otra alumna y yo disfrutaba imaginando la cara que pondría aquella bobalicona si descubría lo que estaba haciendo bajo la mesa del profesor.

Entonces tuve una idea maliciosamente morbosa. Llevaría al orgasmo a mi profesor delante de aquella alumna.

Aceleré el ritmo de mi boca. Mamé, succioné, chupé, lamí, besé, me follé entre mis labios aquella verga cada vez más erecta y excitada. Me ponía más y más excitada imaginando las caras del profesor intentando mantener la compostura y cuanto mas excitada estaba con más ganas me masturbaba y chupaba aquella polla.

Adecué el ritmo de mis dedos al de la mamada que propinaba a mi deseado profesor buscando alcanzar juntos el orgasmo. Quería que mi sexo se vaciara de placer a la vez que mi boca se llenaba del placer de mi profesor.

Mi coño se contraía, aquella polla se convulsionaba apretada entre mis labios. Los dos estábamos al borde del orgasmo. No pude detenerme...me daba tanto morbo hacerle correrse delante de aquella alumna engreída.

Instantes después sentía brotar entre mis dedos el placer de un intenso orgasmo y como se me llenaba la boca del semen de mi profesor que no pudo evitar un jadeo al correrse.

Sonreí bajo la mesa al pensar en las caras de profesor y alumna mientras me relamía de gusto bajo la mesa.

sábado, 23 de junio de 2012

Pensando en ti...

La tarde era calurosa. Estaba ya bien entrado el verano. Yo llegaba a casa del trabajo sofocada. Pasear por la calle, con mi traje de ejecutiva agresiva, con treinta y cinco grados a la sombra era demasiado para mí. Lo primero que hice al entrar en casa fue quitarme la ropa y darme una ducha de agua fresca. Estaba empapada en sudor. Mucho más animada, sin la sensación de ropa pegada a la piel y ya tranquila, después de un día duro y estresado, cogí una camisa que mi novio se había dejado en el armario, antes de salir de viaje, y me la puse. Era blanca, con amplios botones y de manga corta. Me quedaba grande y me tapaba por debajo de las rodillas. Era cómoda y fresca y todavía tenía su olor. Ese olor que mi novio desprendía cada mañana al salir de casa, ese olor que se acostaba a mi lado cada noche y yo abrazaba. Lo echaba mucho de menos. Hacía ya mes y medio que por motivos de trabajo mi novio había tenido que salir de viaje al extranjero para tres meses. Era una oportunidad que no podía dejar escapar y la cogió. Yo lo animé. La casa estaba muy vacía sin él. Se me hacían enormes aquellas cuatro paredes sin su sonrisa llenándolas. Pero aun quedaba otro mes y medio para que mi soledad se convirtiera en sonrisas y besos.

Fui a la cocina a prepararme la cena. Abrí las ventanas, el calor era insoportable. La luz solar ya apenas iluminaba y todo empezaba a teñirse de negro y aun así el calor se colaba por la ventana, como un ladrón intentando robar el poco aire respirable que quedaba en la cocina. Las farolas de mi calle despertaban. Abrí la puerta de la nevera. Un golpe de aire fresco me hizo cerrar los ojos y estar unos segundos parada. Después saqué todo lo necesario para prepararme una ensalada. Una lechuga, unos huevos y unas patatas cocidas, unas aceitunas, un poco de tomate y una lata de bonito. Ya lo tenia casi todo preparado de la noche anterior y sólo tenía que ponerlo en un bol y cenar tranquila. Estaba poniendo todo cuando al mirar por la ventana lo vi.

Mi vecino de enfrente tenía la luz de su cuarto encendida. Nuestros bloques no están muy separados el uno del otro y si no se tiene cuidado te pueden observar todo lo que haces. Más de una vez me he visto sorprendida caminando por mi casa en ropa interior y con varias miradas curiosas al otro lado de la ventana fijas en mis pasos. Desde mi cocina se veía bien su cuarto. Tenía las cortinas abiertas y la persiana levantada. Estaba desnudo, tumbado sobre la cama y miraba fijamente hacía el otro lado de la habitación. Por su estado de nerviosismo comprendí que a ese otro lado tenía que haber algo que le alteraba. Después me fijé, estaba empalmado. Incluso desde mi cocina se le notaba sin ninguna duda. No tardé en descubrir el motivo de su inquietud.

Una joven rubia de alrededor de metro setenta, escultural y con insinuantes curvas se contoneaba delante de la cama al ritmo de una música que solo debía sonar en su cabeza y, con suaves movimientos y muy sensual, se iba desnudando lentamente. Cuando acerté a descubrirla sus pechos bailaban al aire y su minifalda se deslizaba por sus piernas al ritmo de sus caderas acercándose lentamente al suelo, dejando al descubierto un pequeño tanga, color rojo, que dejaba muy poco a la imaginación y mucho a la vista de un, ya más que nervioso, vecino mío.

La joven siguió bailando. Yo le miraba a él. Se acariciaba despacio y cada vez se le notaba más duro y excitado. La verdad es que, incluso visto desde mi ventana, mi vecino estaba bien dotado. Sin poder evitar sonreír me acorde de mi novio. Mi chico no carece de encantos tampoco. Muchas veces me divierto provocándole en un lugar publico y notando como un bulto enorme deforma su pantalón. El pobre siempre se empeña en intentar esconderlo, muerto de vergüenza. Es muy tímido, pero esta demasiado bien dotado como para que no se le note. ¡ Dios como lo echaba de menos!

La joven rubia se subió a la cama completamente desnuda, gateando sobre las sabanas y, sin pensárselo dos veces aparto la mano de mi vecino, que seguía acariciándose, y acercando su boca a aquel buen pedazo de carne se la fue tragando despacio. Los dos empezaron a gemir.

Me aparté de la ventana. Verles así y pensar en las veces que yo hacia eso mismo con mi novio me estaba poniendo mala. Decidí centrarme en la ensalada y dejar de pensar. No pude, era demasiado tarde. Ya no me podía sacar a mi novio de mi cabeza. Llevaba mes y medio sin sus besos, sin sus caricias, sin su olor, sin el suave roce de su piel contra la mía, sin aquel bulto que deformaba su pantalón. Al pensar en ello no pude evitar volver a sonreír. La verdad es que estaba bastante necesitada de los atributos de mi novio.

Recordé que la noche anterior antes de irse nos desahogamos pensando en el tiempo que íbamos a estar sin vernos. Hicimos el amor toda la noche. De varias maneras. Sus manos me recorrieron entera. Sus labios me dibujaron cada poro de mi piel. Su lengua humedeció todo mi cuerpo. Su sexo me llenó hasta lo más profundo de mi ser. Aquella noche fue una locura. Acabe agotada, pero muy feliz. Lo amaba y lo deseaba con pasión. Y ahora no lo tenía y cada vez me hacía mas falta.

Pensar en él, en aquella noche y en lo que hicimos me hizo suspirar y humedecer. Intenté pensar en mi cena y en las cosas que me quedaban por hacer en la casa antes de acostarme. Tenía bastante ropa que meter a la lavadora. La casa estaba sin recoger del día anterior. Tenía que preparar unos informes para el trabajo. Fue imposible, me mordía los labios nerviosa, apretaba mis piernas para no sentir los latidos de mi sexo pero no pude evitar humedecerme. Mi necesidad y mi deseo eran mayor que mi poder de concentración. Curiosa y alterada, picara y traviesa, pensativa y morbosa, volví a mirar por la ventana.

Mi vecino poseía a aquella rubia exuberante. Se movía cadenciosamente sobre ella. Lo hacía muy despacio. Dejando que cada centímetro de su sexo se dejara notar al entrar y al salir. Lo hacía sin prisas. Disfrutando del momento. La besaba apasionado sin dejar de moverse sobre ella. Sus manos estaban entrelazadas. Su cuerpo la cubría casi por completo, yo apenas la intuía debajo de él. Alterada y deseosa, me deje llevar por mis instintos. Necesitaba una buena dosis de placer y sabía que yo misma podía dármela. No era lo mismo que estar con mi novio pero me servía para desahogar mi, desatendida, lívido.

Me olvidé de la ensalada y, sin dejar de mirar por la ventana, me empecé a acariciar suavemente mis pechos por encima de la camisa. Aproveché aquella escena de deseo que me ofrecía mi vecino y su acompañante para terminar de excitarme y notarme empapada entre las piernas. Después, dejando a una de mis manos investigar bajo la camisa, comprobé lo mojada que estaba y, con esa humedad en mis dedos, volví a acariciar mis pezones. Esta vez, por debajo de la ropa. No tardaron en endurecerse. Imaginaba a mi novio apretando mis pechos entre sus labios. Cada una de mis caricias en mis sensibles pezones me hacía suspirar de placer. Estaba caliente, muy caliente y ya la escena de mi vecino con la rubia tetona dejó de interesarme buscando un placer mayor que el que me proporcionaba ejercer de voayeur.

Aquella escena había despertado mi lado morboso y travieso. Decidí jugar con mi propio cuerpo. Masturbarme despacio, lenta y pasionalmente hasta alcanzar el orgasmo o los orgasmos que mi cuerpo deseoso me pidiera. Recordé que lo que más caliente solía poner a mi chico era verme masturbando mi culo para él e, imaginando tenerlo a mi espalda, empecé a hacerlo. Lo primero que hice fue humedecerme los dedos entre mis piernas y, con ellos empapados, lubricar la entrada de mi culo. La sensación de mis yemas humedecidas, en aquel pequeño orificio de mi ser, me hizo suspirar. Muchas veces mi chico había jugado de la misma manera en él. Lo volví a sentir a mi espalda. Casi podía sentir su respiración sobre mi piel sudorosa. Noté como poco a poco, ayudado por la humedad y el roce de mis dedos, se iba dilatando y, ya casi sin querer, sentía como uno de mis dedos se introducía en él. Lo dejé entrar hasta lo más profundo y, no siéndome suficiente, busqué una postura mejor que me permitiera llegar más dentro de mi cuerpo. Cerré los ojos, era como sentir sus dedos explorando mi ser. ¡ Como lo necesitaba!

Me puse de rodillas en el suelo de mi cocina. En aquella postura mi culo se ofrecía mejor a mis deseos. Dejé que dos de mis dedos jugaran a placer en su interior lo que me mantenía jadeando sin parar. Notaba mi sexo latir deseoso y envidioso de aquellos dedos. Estaba totalmente empapada y gotas de mi placer mojaban ya el suelo de la cocina. Mis dedos ya no me eran suficientes, estaba demasiado caliente y necesitaba algo más. Algo que se asemejara al sexo de mi pareja. Nerviosa abrí la nevera.

Busqué con la mirada algo que me pudiera servir. Tardé en encontrarlo, pero al final, en una bolsa que había en el cajón de abajo encontré lo que buscaba. Saqué de la bolsa una zanahoria. Tenía el tamaño perfecto. Ni excesivamente grande cómo para no poderla usar en mi delicado culo ni tan pequeña como para no darme el placer que yo buscaba. Nerviosa y con prisas la limpié. Sin embargo, despacio, sin prisas, y después de humedecerla entre mis labios inferiores la deslice entre mis nalgas dejando que lentamente me follara.

Pensé en mi novio, en lo caliente que verme así le hubiera puesto y en lo poco que habría tardado en poseerme allí mismo en medio de la cocina. Mi primer orgasmo se acercaba. Brotaba ya de mi vientre y se acercaba al borde de mi coño. Aceleré el ritmo de mi mano para follarme más deprisa, buscando aquel instante de placer intenso entre gemidos ahogados y entrecortados. Mi culo se tensó, mis piernas se apretaron, mi coño se contrajo y todo a la vez estalló en un orgasmo intenso que me hizo caer a cuatro patas en el suelo de la cocina.

Tarde unos segundos en recuperar la respiración. Seguía con la zanahoria clavada entre mis nalgas y prácticamente tumbada en el suelo de la cocina. Aquel orgasmo había sido intenso y muy placentero pero mi coño, olvidado aun por mis caricias parecía suplicar un poco de atención. Cerré los ojos. Sonreí recordando lo que una vez pasó con mi novio en el mismo sitio donde yo ahora me encontraba.

Aquel día llegó a casa del trabajo y me pilló en la cocina preparando la cena. Sin decirme nada se puso a mi espalda y apretándome las tetas empezó a rozarse con mis nalgas. Llegaba ya empalmado y no me dejo ni siquiera preguntarle que hacía. Simplemente me bajo la ropa y empezó a follarme salvaje y descontrolado. Fue tanto el placer que me dio que me corrí casi enseguida y me fallaron las piernas. Me tumbé en el suelo y él se masturbo de pie delante de mí corriéndose casi seguido y dejando que su leche me empapara entera.

Pícara volví a abrir la nevera y saqué un brik de leche. Aquella leche sería la corrida de mi novio esa noche. Saqué despacio la zanahoria de mi culo y me tumbé boca arriba. Desabroché la camisa y vertí un poco de leche en mis duros pezones. Imaginaba a mi novio llegando al orgasmo sobre mi como aquella noche. Dejé caer un poco más de leche en mi ombligo. Llenándolo, rebosándolo. Después eché mas cantidad entre mis piernas. Era como sentir a mi novio vaciándose sobre mi. Ya no podía más.

Busque con mis dedos aquella leche mezclada con mis flujos y me la lleve a la boca. Tenía un sabor más dulce que el que había descubierto al probar el orgasmo de mi novio mezclado con el mío. Me gustó y me follé los dedos golosa e insaciable. Mi cuerpo, mi ser, mi sexo me pedían volver a llegar a un orgasmo que me vaciara por completo. Me subí a la mesa de la cocina y allí encima abrí lo más que pude mis piernas. En el suelo de la cocina se veía un pequeño charco de mis flujos y de la leche mezclados. Estaba descontrolada. Necesitaba follarme duro. Lo hice. Con una de mis manos frotaba y pellizcaba mi clítoris. Con la otra dejaba que tres de mis dedos me penetraran. Me movía a un ritmo vertiginoso. Salvaje. Bestial. El mismo ritmo con el que mi novio me había echo suya aquel día. Mi boca solo dejaba escapar gemidos de placer. Mis ojos cerrados me llevaban a sentir a mi novio sobre mi. Mis piernas temblaban. Mis pechos se balanceaban al aire. Mi espalda se arqueaba y mi cintura se movía acompasadamente con mis dedos. Todo mi cuerpo era puro placer y deseo. Me mordí los labios. Otro orgasmo, mucho más intenso que el anterior, casi me deja sin respiración. Agotada y satisfecha me dejé caer sobre la mesa.

Suspiré lastimosamente, pensando que aun me quedaba otro mes y medio para sentir así a mi novio y sonreí al pensar que necesitaría, en aquel tiempo, más de aquellos consuelos caseros y solitarios. Ya más relajada y recuperando la respiración abrí los ojos y miré por la ventana. Mi vecino y su amiguita me miraban atentos desde el alfeizar. Les sonreí
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martes, 19 de junio de 2012

Hola cariño...(lesbico) Parte 2/2

Como te decía la situación era morbosamente comprometida, y todavía fue a más. Me dijo que si algo bueno tenia su ex era lo mucho que había abierto su mente en el mundo del sexo. Me contó que con él había experimentado sus primeras relaciones en lugares públicos, sus primeros intercambios de pareja y sus primeras relaciones lesbicas y que, desde que estaba sola, había aprovechado muy bien todas aquellas enseñanzas y que ahora disfrutaba ampliamente de los placeres del sexo.

Mi curiosidad estaba por las nubes. Sin pensar en las consecuencias le pregunte por su primera relación lesbica. Ella se sonrió y empezó a contarme que su ex, un día, le planteo la posibilidad de invitar a otra mujer a cenar con la intención de seducirla. Ella aceptó atraída por la idea. Ya en el restaurante dejo que su novio se la insinuara y la provocara y ella misma no tuvo reparo en acarolarla rozándola suavemente los labios en un, mal llamado, inocente beso de nuevas amigas. La pobre mujer se sonrojo y nuestra vecina me confeso reírse divertida y a la vez sentirse sexualmente atraída ante aquella inocencia pudorosa. Durante el resto de la velada maliciosamente se dedico a hacerle confesiones subidas de tono al oído de las virtudes de su pareja en la cama, lo que hacia aumentar el nerviosismo de la invitada.

Vanessa me lo contaba sonriendo y no pudo evitar reírse al recordar el brinco que pegó la pobre invitada cuando su novio, sin previo aviso, le puso la mano sobre uno de los muslos y la metió entre sus piernas, antes de que ella pudiera reaccionar y llegar a cerrarlas. Me contó que su vergüenza la hizo salir corriendo de la mesa cuando él no dudó en decirle en voz alta que su acompañante tenia los muslos mojados. La pobre se refugio en el lavabo y ella la siguió con el consentimiento de su novio. Me relato lo que hizo en el baño, ni corta ni perezosa se acerco a ella y la beso en la boca dejando que su lengua dibujara sus labios: ese fue el fin de la timidez de la invitada.
Y el inicio de mi deseo.

No se porque cariño en ese momento decidí aceptar tu proposición de hacer un trío. Estaba frente a la persona que hacía despertar en mi ese deseo. Deseaba sentir los labios y la lengua de Vanessa en mi boca. Notaba mis muslos mojados, mi corazón acelerado, mi apetito sexual descontrolado. Si no fuera por que aun eran más fuertes mi pudor y mi vergüenza hubiera empezado a masturbarme allí mismo, delante de ella. Y entonces pasó.

Vanessa cambio su postura en el sofá. Hasta ese momento había estado con las piernas cruzadas mirándome de lado y sujetando la taza de café entre sus manos pero en ese momento, en el que yo intentaba controlar mi deseo de besarla, dejo la taza de café sobre la mesa, descruzo sus piernas y se giro hacia mí levantando las piernas sobre el sofá y cruzándolas delante de ella para mirarme de frente. Fue solo un segundo, un segundo que me hizo empapar por completo mi ya mojada ropa interior y que casi me hace derramar lo que quedaba de mi taza de café. Al levantar las piernas al sofá Vanessa, en un descuido, me mostró su ropa interior. Llevaba un precioso tanga blanco con encaje en los lados pero no fueron los encajes lo que capto mi atención, ni el hecho de que pese a su pequeño tamaño no dejara a la vista ningún vello púbico lo que no dejaba dudas de que se depilaba aquella intima zona. Lo que me hizo estremecer fue la enorme mancha de humedad que cubría la parte central de su sexo. ¡ Ella estaba igual de excitada que yo!

Sentí un intenso calor brotando de mi entrepierna, subió como la lava de un volcán por mi ombligo y paso por mis pechos poniéndome los pezones de punta hasta brotar de mi boca en forma de suspiro y de palabras. No pude contenerme. La dije lo que me estaba pasando. Lo que acababa de ver. Le hable de nuestras ultimas conversaciones y de la, cada vez más excitante idea de hacer un trío. Le hable de las ganas que tenia de besarla. Me salió todo de golpe. Fue como un orgasmo pero en palabras. No pude contenerlo. No quise contenerlo. Y esperaba, mas bien deseaba, que después de esas palabras ella se lanzara a besarme. No lo hizo. Hizo algo peor que me tiene excitada desde entonces. Me hablo de esta idea.

Me dijo que la idea del trío contigo le atraía. Que también se había fijado en tus atributos en el ascensor y que le parecíamos una pareja encantadora y atractiva. Que ella también se había alterado hablando conmigo y que se le estaba pasando una idea por la cabeza. Me dijo que volviera a mi casa. Que pensara en la idea del trío durante toda la noche pero que no quería que hiciera el amor contigo esa noche, que quería reservarse mi siguiente orgasmo para ella. Le hable de tu costumbre de ir a ver los partidos de fútbol los domingos y entonces se sonrió y me explico lo de esta nota en el ordenador prometiéndome darme ese beso que tanto deseaba y algo más cuando bajara a su casa el domingo por la tarde.

Aunque me moría de ganas de sentirla en ese momento la idea me resulto tentadora y morbosa. ¿Seria capaz de aguantar sin contarte nada hasta el día siguiente? ¿Estando excitadísima como estaba aguantaría mi deseo de hacerte el amor toda la noche? Uff no sabes lo mucho que me ha costado. Ayer estuve a punto de saltarme el juego y follarte salvajemente en la cama. Esta mañana, durante el desayuno, he estado a punto de volver a sucumbir y decirte lo que habíamos planeado y entregarme a ti sobre la mesa de la cocina. Y durante la comida notaba mi ropa interior chorreando pensando en el poco tiempo que quedaba para sentir a Vanessa en mi boca y que tu recibieras esta sorpresa de la que llevabas tiempo intentando convencerme.

Ahora cariño, voy a bajar a casa de Vanessa. Empezaremos sin ti y le daré el orgasmo prometido a ella. Te dejaremos la llave de su casa debajo del felpudo. Pasa sin llamar. Las dos te estaremos esperando. Quiero que sepas lo deseosa que estoy de recuperar nuestra activa vida sexual y como muestra de ello te dejo mi tanga empapado en el respaldo de la silla. Seguro que te alegras al verlo.


Tu, hasta hoy, fiel esposa.


Silvia.

viernes, 15 de junio de 2012

Hola cariño...(lesbico) Parte 1/2

Hola cariño;

He decidido dejarte este email porque sé que lo primero que harás al volver del partido, y ver que no estoy en casa, es conectarte a Internet y mirar tu cuenta de correo. Es lo que has hecho, casi cada día, desde que nos casamos, hace ya más de siete años, así que confió en que hoy no cambies tus costumbres.

En estos años de matrimonio hemos compartido muchas cosas y seguimos siendo tan felices, o más, que el primer día pero, si en algo estamos de acuerdo, los dos, es en que nuestra vida sexual se ha vuelto monótona.

Antes, de novios, éramos mucho más alocados, practicábamos el sexo en cualquier lugar y casi de cualquier forma. ¿Te acuerdas de aquella noche en el cuarto de baño de la casa de tus padres mientras ellos nos esperaban en la mesa para cenar? Los dos echamos de menos aquellos momentos pero ya casi nunca los llevamos acabo. De un tiempo a esta parte hemos estado hablando de recuperar aquellas costumbres, aunque ya al borde de los cuarenta, no estemos para follar en la parte de atrás de nuestro coche. Tu te has obsesionado con la idea de probar a hacerlo con otras personas, en hacer un trío. La idea siempre me ha resultado morbosa, incluso he tenido intensos orgasmos fantaseándolo a solas contigo, pero nunca me he atrevido a hacerlo. Me daba miedo. Nunca he estado segura de meter a otra persona en nuestras relaciones. Nunca hasta hoy, y por eso este email amor mío, porque creo que ha llegado la hora de hacer esa fantasía realidad.

Te preguntaras el porque de este repentino cambio. Ayer, mientras compraba el pan en la tienda del barrio, apareció Vanessa, nuestra vecina del segundo. Estoy segura que te acuerdas de ella ya que, cada vez que coincidimos en el portal o en el ascensor, siempre te la quedas mirando a los pechos. Venia vestida con una falda muy corta color negro que acentuaba la curva de sus caderas y una blusa blanca con bastante escote. Su pelo castaño le caía sobre los hombros, lo llevaba suelto. Iba ligeramente maquillada. Con un suave toque de color fucsia en sus labios y un poco de rimel que hacía más intensa su mirada de ojos verdes. Hubiera llamado tu atención amor mío. Me saludo y, después de una breve conversación de vecinas de cinco minutos, me invito a tomar una taza de café por la tarde si no tenia nada que hacer. Como tu cariño, ayer a la tarde, trabajabas acepte y a las cinco y media baje a su casa.

Me recibió casi desnuda. Llevaba la típica camiseta de chico que le llegaba por debajo de las rodillas de esas con un numero bordado a la espalda, curiosamente el sesenta y nueve, y que, a sus recién cumplidos treinta años, aun se puede permitir llevar. Se notaba claramente que bajo la camiseta no llevaba sujetador, ya que como tu bien sabes cariño, esta muy bien dotada de delantera y se notaba su suave bamboleo al andar.

Me sentí un poco incomoda. Yo con mis pantalones vaqueros ceñidos, esos que tu dices que me hacen un culo muy apetecible, y una blusa blanca sin mucho escote y el pelo recogido en una coleta y ella allí, delante de mí, prácticamente desnuda sin ningún pudor.

Me dijo que me pusiera cómoda en el sofá y ella vino con las tazas de café. Se sentó al otro extremo del asiento y, al hacerlo, la camiseta se subió levemente y dejo más a la vista sus firmes muslos. Nos pusimos a hablar y, la verdad, es una mujer encantadora. Cualquier menor atisbo de incomodidad en mí se borró al de quince minutos de conversación. Al de media hora ya parecíamos amigas de la infancia y empezó a contarme cosas de su vida. Porque seguía soltera, como había roto con su ultimo novio, como desde entonces no buscaba una relación con ataduras, no se muy bien como la conversación acabo derivando hacia el tema del sexo y su vida sexual.

Todo empezó cuando, hablándome de su ex pareja, comenzó a detallarme todos sus defectos, que si bebía, que si nunca estaba en casa, que si nunca la había amado como debía....la comente que algo bueno tendría que tener para haberse ido a vivir con él, y no lo dudo, me contesto que era un genio en la cama. Entre dientes y con una sonrisa traviesa confeso que no solo en la cama. No tuvo reparos en detallarme lo bueno que era usando la lengua. Me dijo que era el único hombre que le había conquistado entre las piernas. Ella me lo dijo sin inmutarse pero yo note como mis mejillas ardían y me ponía roja como un tomate, eso sí, despertó mi curiosidad.

Allí estaba yo, escuchando atenta como nuestra vecina me detallaba como su ex le hacia perder el sentido cada vez que posaba su lengua entre sus muslos. Empecé a ponerme nerviosa cuando, siempre entre risas me contó el día que no pudo resistirse a sus hábiles insinuaciones y le pidió, casi le rogó, que se metiera entre sus piernas. ¡ En la mesa de un restaurante!

Me recordó a nosotros cuando éramos novios mi amor y sentí que mi vientre se tensaba y que no podía resistir morderme los labios. La situación resultaba a la vez comprometida y morbosa. Nuestra vecina detallándome sin pudor la intensidad de sus orgasmos con aquella lengua explorando su intimidad y yo, intentando aparentar serenidad pese a sentir los latidos de mi corazón acelerarse y mi ropa interior humedecida. Y no solo por sus palabras cariño, si no por los recuerdos que ellas me traían. ¿Tú recuerdas el día en el que te metiste bajo mi vestido y me saboreaste hasta hacerme alcanzar un intenso orgasmo, que tuve que mitigar mordiendo las mangas de tu jersey en la ultima fila del cine? Seguro que sí. Yo, ahora, mientras te escribo, me vuelvo a humedecer solo de recordarlo.....seguro que Vanessa lo agradece.

Como te decía la situación era morbosamente comprometida, y todavía fue a más. Me dijo que si algo bueno tenia su ex era lo mucho que había abierto su mente en el mundo del sexo. Me contó que con él había experimentado sus primeras relaciones en lugares públicos, sus primeros intercambios de pareja y sus primeras relaciones lesbicas y que, desde que estaba sola, había aprovechado muy bien todas aquellas enseñanzas y que ahora disfrutaba ampliamente de los placeres del sexo.

lunes, 11 de junio de 2012

Un juguete en sus manos (Parte 2/2)

Mis gritos cada vez eran menos imperativos y más suplicantes. La posición no era del todo incomoda. Mis piernas habían quedado ligeramente entreabiertas y los brazos en alto pero no me gustaba sentirme indefensa. Aquella no era mi idea de una fiesta sexual entre los cuatro.

Los tres se han subido a la cama. Los dos chicos a ambos lados de ella. Han empezado a besarse. Ella va girando la cabeza de boca en boca. Primero a la boca de su chico, después a la del atractivo acompañante. Anudando sus lenguas, intercambiando sus salivas. Sus miradas son lascivas. Yo seguía suplicando que me soltaran. Mi mente no dejaba de pensar en lo estupida que había sido. Mi coño, en cambio, comenzaba a latirme con fuerza.

Las hábiles manos de los chicos no han tardado en dejarla en ropa interior. Lleva un conjunto de color violeta claro. Sus pezones se marcan en el sujetador. La mancha oscura en su tanga delata lo excitada que esta. Desde atrás su chico desabrocha el sujetador. Su acompañante disfruta de la preciosa vista de sus tetas. Sus pezones son grandes y de un tono marrón oscuro. Se ven completamente duros. El se agacha ligeramente y comienza a lamerlos, succionarlos y mordisquearlos. Su chico mientras tanto la besa en cuello. Ella suspira de placer. Y me mira. ¡La muy hija de puta no deja de mirarme! Con sus ojos brillantes por el deseo observa como intento soltarme de las cuerdas y como mi coño empieza a empapar mis muslos. Se sonríe.

Poco a poco los chicos se van desnudando. Me muestran sus cuerpos atléticos y sudorosos sin ni siquiera mirarme. Solo le prestan atención a ella, ningún caso a mis ruegos y suplicas cada vez mas mitigados por la desesperación. Se quedan completamente desnudos, sus pollas erectas, sus respiraciones agitadas. Noto como las gotas de mi flujo resbalan por mis piernas. ¡Dios, necesito al menos tocarme!

Se lo suplico. Se ríen. Comentan lo cachonda que estoy y lo perra y zorra que se me ve. Vuelvo a enfurecerme. Los maldigo. Los insulto. Eso parece excitarlos más. Mi coño sigue latiendo con fuerza.

Ella se deja despojar de las bragas. Tiene el coño completamente depilado y se ve brillante y abierto. Se tumba en la cama y comienza a mamarles sus vergas empalmadas. Las pone una junto a la otra. Las recorre con la lengua. Las separa solo para introducírselas hasta el fondo de su garganta para volverlas a sacar brillantes y más tensas. Ellos jadean, disfrutan, se excitan, me miran. ¡Hijos de puta dejar de mirarme y soltarme! Se sonríen. Se miran. Dicen cosas soeces sobre mi. Se jactan de ver como mi coño gotea al suelo. Me siento utilizada, usada. Y tremendamente cachonda.

Ella se arrodilla en la cama entreabriendo sus piernas. Se introduce la polla de su chico en la boca y comienza a mamarla con ansia. Su acompañante se agacha y mete la cabeza entre sus piernas pasando su lengua por toda la humedad de su coño. Ella suspira sin dejar de tragarse la polla de su chico. ¡Los odio! ¡Me oyen cerdos! ¡Los odio!

Se que me oyen pero no me hacen caso. Ella estalla en un orgasmo en la boca del chico. Sale de debajo de ella con la cara brillante. Empapada en flujos blanquecinos. Ella se gira y se dedica a recompensarle. Le lame la cara, se la limpia de flujos y con los labios brillantes y mirada lujuriosa se abalanza sobre su polla y la devora. El gime con fuerza. Oigo sus gritos de placer y aunque aprieto mis ojos para no verlo sus jadeos hacen que me ponga más cachonda y mi coño me ruegue que lo acaricie. ¡Por favor soltarme una mano para que pueda masturbarme! Les suplico.

Vuelven a insultarme. Vuelven a decir cosas soeces y lascivas sobre mí. Vuelven a hablar de lo cachonda y cerda que soy. Esta vez no les insulto. Tienen razón. Estoy cachonda como una perra y necesito al menos masturbarme. Pero no hacen caso a mis suplicas y siguen follándose.

El chico de mi amiga aprovecha la postura de su chica para penetrarla desde atrás. Inserta su polla en su coño mojado y agarrado a su cintura empuja con sus caderas haciéndola tragar la polla de su acompañante. Les oigo jadear. Abro los ojos casi inconscientemente. Los veo follar y mi coño no lo resiste más. Ante la falta de mis caricias estalla él solo en un tremendo orgasmo que me hace gritar de placer.

Uno de los chicos dilata el culo de ella con los dedos. La preparan para penetrarla los dos a la vez. Con los dedos y la humedad de su coño no tardan en dilatarlo y dejarlo preparado. Uno de ellos se tumba en la cama. Ella despacio se va sentando sobre él. Me dejan ver como su polla la va invadiendo lentamente su precioso culo mientras noto como mi orgasmo resbala por mis muslos. Lentamente, entre fuertes gemidos de placer, su culo se traga por completo aquella brillante polla. Se deja caer hacia atrás y el aprovecha para sujetarse a sus pezones. Su chico toma posición. Lentamente. Dejándola disfrutar de cada centímetro de sexo que la penetra va llenando su coño. Después se apoya en sus brazos y comienza a mover rítmicamente las caderas. Veo como la folla. ¡POR DIOS, POR DIOS, SOLTARME!

Gritan, jadean. La oigo a ella pedir que no paren. Ellos suspiran y se tensan. La oigo gritar a ella que va a correrse. ¡Me corro, me corro! Grita la muy cerda. Mi coño vuelve a latirme. Me sangran un poco los labios de tanto mordisqueármelos. Ella estalla de placer. Poco a poco sus pollas la van abandonando.

Salen chorreantes, tensas, duras, con las venas completamente marcadas. Pienso que ojala vengan a donde mi a correrse. Deseo ser manchada con sus corridas. Pero esta vez me cayo mis suplicas. Se que si lo pido no me lo darán. Así al menos tengo una posibilidad. Deseo que sean clementes conmigo.

Les veo satisfecha levantarse de la cama. Mi coño late de alegría al ver como se alejan de ella y se acercan a mí. Pronto la alegría se convierte en desesperación.

Se detienen. Me miran. Se siguen masturbándose mirando mi cuerpo excitado. Observando mis muslos marcados de flujos blanquecinos que empiezan a secarse. Con la mirada fija en mi coño que late con vida propia. Deseo que se corran. Que me ensucien. Pero los muy cabrones se giran y vuelven a la cama, con sus vergas mas tiesas todavía, donde ella les espera. ¡Hijos de puta, soltarme!

Ella abre su boca. Ellos se masturban duro. Apuntan a su cara. La maldigo cuando sus corridas la inundan y su leche llena su boca. Ella se relame. Los limpia. Se sientan un rato en la cama a observarme con sus miradas lascivas y divertidas. Me miran y le comentan a ella que tenia razón. Que yo era la perfecta para su juego. Lentamente los tres se visten.

Se acercan a mí y me desatan. Quiero pegarles, insultarles, maldecirles, obligarles a volverse a desnudar y que me follen. Pero no lo hago. Seria humillarme. Recojo mi ropa del pasillo y me visto y salgo de la casa. Cierran la puerta tras de mi.

Entro en el ascensor. Son siete pisos. Pulso el botón de parada. Descontrolada me subo el vestido y aparto mis bragas. Me meto los dedos hasta el fondo de mi coño y me masturbo con rabia.

¡HIJOS DE PUTA AHORA NO PODEIS HACER NADA PARA EVITARLO! Grito en el momento que alcanzo un orgasmo bestial que me hace temblar las piernas.

jueves, 7 de junio de 2012

Un juguete en sus manos. (Parte 1/2)

No entiendo como he podido terminar así. Atada, indefensa, suplicante, cachonda, empapada, sollozando. Suplico, ruego, suspiro, pido, imploro, pero no me hacen caso. Solo soy su juguete. Su voayeur.

Lo tenían todo planeado, desde el principio, y yo me he dejado engañar como una tonta. Y ahora, están los tres frente a mí. Dos hombres y una mujer. Follando, follando como locos, gimiendo, gritando, sudando, suspirando, ignorando mis suplicas. Y yo, atada a la pared de pies y manos, sin poder hacer nada salvo mirarles e implorar. Sin poder acariciarme con mis manos, sin siquiera el derecho a patalear. Mis pies están firmemente sujetos. Solo puedo mirarles y oírles. Mi coño empapa mis muslos y gotea al suelo de placer al verlos mientras el resto de mi cuerpo sufre la tortura.

Todo ha comenzado con una llamada de una amiga. Me ha pedido un favor. Tenía una cita y necesitaba que la acompañara. Ella, su chico y un incomodo sujetavelas que la fastidiaba sus planes. ¡Maldita mentirosa!

He aceptado. Nunca esta de más que te deban un favor, nunca sabes cuando puedes tu necesitar uno. He acudido a la cita elegante y atractivamente vestida. Un vestido negro de tirantes con algo de escote y unos zapatos de tacón. He llegado al bar y mi amiga esperaba en la puerta. Me ha dado un ligero beso en los labios, que no me ha sorprendido, y me ha invitado a pasar. Los chicos nos esperaban.

La cita no empezaba mal. El sujetavelas en cuestión era un hombre bastante atractivo. Alto, atlético, de sonrisa traviesa y mirada profunda, maduro, con alguna cana en su pelo moreno que le daban un toque seductor. He tenido la sensación de que la velada iba a ser interesante. No me he equivocado. ¡Pero no esperaba acabar aquí! ¡Atada viéndolos follar como animales salvajes!

La cena ha sido distendida. No he tenido más que reconocer el buen gusto de mi amiga eligiendo acompañante. Su chico también era tremendamente atractivo. Incluso ella, con aquella blusa vaporosa de color azul celeste, me ha parecido tremendamente sensual.

Mi calenturienta mente ha viajado durante la cena a alguna fiesta sexual entre los cuatro y no he tardado en notarme humedecida. ¡Que cerca y que lejos estaban mis pensamientos de la realidad!

Acabada la cena mi amiga no ha dudado en invitarnos a los tres a tomar algo a su casa. A mi me ha parecido una estupenda idea. Se acercaba mucho a la idea que había estado humedeciendo mi ropa interior. Los chicos también han aceptado encantados.

Hemos subido a la casa y los nos hemos sentado en el salón. Mi amiga nos ha traído unas copas y hemos empezado a charlar. La conversación se ha empezado a tornar en banal y aburrida y, ¡estupida de mi!, he decidido sacar a pasear mi lado travieso y provocador. Ni corta ni perezosa, aprovechando un instante de silencio entre los cuatro, he tomado la palabra y les he confesado mis pensamientos durante la cena. Los tres han puesto cara de sorprendidos. Mirándome como si estuviera loca. ¡Hijos de puta como me han engañado!

Viéndoles así, sorprendidos, incluso, aparentemente algo cohibidos, mi lado perverso se ha ido soltando la melena. He empezado a darles detalles de lo que mi mente había estado pensando mientras nos servían la comida. Les he hablado de mis ideas calenturientas, de lo morbosamente excitada que me había sentido durante la cena pensando en una fiesta sexual entre los cuatro, pensando en cuatro cuerpos desnudos, sudorosos, borrachos de lujuria y de deseo, pensando en miradas lascivas, palabras soeces, olores intensos a sexo. Les he contado, ya totalmente desinhibida ante sus miradas de asombro y sus caras sonrojadas, como la humedad del deseo había ido impregnando mi ropa interior mientras pensaba en caricias entre los cuatro, besos húmedos compartidos, el sabor de sus tres sexos en mi boca.

Mi discurso estaba causando efecto, no me quitaban la vista de encima, se les notaba interesados, nerviosos, poco a poco más y más excitados e inquietos. ¡Cabrones que bien estaban actuando!

He empezado a acompañar mis palabras con movimientos lascivos y provocadores. Sin dejar de sentir sus miradas fijas en mí he empezado a subir y bajar las manos por mis piernas, cada vez más arriba, subiendo con ellas mi vestido lentamente, mordisqueándome los labios y entrecortando mis palabras entre suspiros intencionados. No he dejado de rozarme hasta que mi vestido ha quedado casi por completo enroscado en mi cintura y mis muslos a la vista de mis sorprendidos oyentes.

Entonces ha empezado todo. El que hacía el papel de incomodo sujetavelas, porque todos hacíamos un papel, yo el de pardilla, se ha levantado del asiento. Se veía que mi conversación y mis caricias habían causado efecto en él. Una tremenda erección deformaba sus pantalones. Ha venido a sentarse a mi lado y ha puesto una de sus manos sobre mis muslos. Le he dejado hacer. Era lo que estaba deseando desde que lo imagine durante la cena con su lengua entre mis piernas. Mi amiga y su chico han empezado a besarse. Frente a ellos podía ver como sus lenguas se buscaban y se entrelazaban. He notado como la imagen de los dos besándose y acariciándose y el calor de la mano que recorría mis muslos volvían a empaparme por completo. He buscado sus labios y le he besado apasionadamente. Buscando con mis manos el contacto con su piel levantándole la ropa, empezando a desabrocharle los botones de la camisa. El ha bajado los tirantes de mi vestido. Mis firmes pechos han quedado frente a él y no ha dudado en bajar a lamerlos. Le he apretado su cabeza contra ellos sin quitar la vista de mi amiga y su chico que también empezaban a desnudarse entre suspiros.

Entonces he notado como paraban de mordisquearme los pezones. Me ha dicho que se sentía incomodo delante de sus amigos. Que prefería que nos fuéramos a otro cuarto a solas. ¡Que bien has actuado grandísimo cabrón!

Yo me moría de ganas por quedarme allí, por compartir también las caricias del chico de mi amiga, por meter también mi lengua en la boca de ella, por besar sus pechos, por lamer sus sexos, por disfrutar de los tres. Pero viendo su cara de por favor y sintiendo la necesidad de volver a sentir su lengua en mis pezones he aceptado.

Me ha llevado de la mano a una de las habitaciones. Por el camino mi vestido ha ido cayendo al suelo hasta que lo he dejado abandonado a su suerte en mitad del pasillo. He llegado a la habitación con mis pezones erectos, mi boca entreabierta y mis bragas mojadas. Hemos entrado en la habitación a oscuras. El me ha apoyado contra la pared. Me ha estrujado contra sus brazos. Me ha metido la lengua hasta el fondo de la boca mientras con sus manos masajeaba mis pezones. Me ha hecho suspirar. Me ha calentado. Me ha puesto cachonda hasta perder el control de la situación. Me ha agarrado de las manos y las ha ido subiendo por la pared hasta dejarme con los brazos extendidos aprisionada bajo su cuerpo. He notado como algo se anudaba en mis muñecas y como de pronto estas se tensaban. Entonces ha empezado mi tortura.

Antes de que haya podido reaccionar se han encendido las luces de la habitación. Mi amiga y su chico han entrado y se han sonreído. He empezado a preguntar que pasaba, que estaban haciendo, pero no respondían, solo sonreían. El otro chico me ha despojado de mis bragas y me ha dejado completamente desnuda. Con su humedad ha mojado mi cara y luego le ha dado mis bragas a, la que yo consideraba mi amiga. Ha respirado profundo en ellas y se ha relamido. He seguido preguntando que hacían. Pero no me respondían. Ambos chicos se han agachado a mi lado y cada uno de ellos ha sujetado una de mis piernas. He bajado la mirada y he visto como en la pared había dos lazos. Han llevado mis piernas hasta ellos y, sin poder hacer nada por evitarlo me han anudado los tobillos mientras hacían comentarios sobre lo cachonda que estaba y lo putita que era. Les he ordenado que me soltaran. No me gusta que me insulten y me he enfurecido. He intentado soltarme pero me habían atado fuertemente. Los tres se sonreían, ahora era yo la que tenia cara de sorprendida. ¡Había caído en su trampa! ¡Me habían utilizado desde el principio!