sábado, 23 de junio de 2012

Pensando en ti...

La tarde era calurosa. Estaba ya bien entrado el verano. Yo llegaba a casa del trabajo sofocada. Pasear por la calle, con mi traje de ejecutiva agresiva, con treinta y cinco grados a la sombra era demasiado para mí. Lo primero que hice al entrar en casa fue quitarme la ropa y darme una ducha de agua fresca. Estaba empapada en sudor. Mucho más animada, sin la sensación de ropa pegada a la piel y ya tranquila, después de un día duro y estresado, cogí una camisa que mi novio se había dejado en el armario, antes de salir de viaje, y me la puse. Era blanca, con amplios botones y de manga corta. Me quedaba grande y me tapaba por debajo de las rodillas. Era cómoda y fresca y todavía tenía su olor. Ese olor que mi novio desprendía cada mañana al salir de casa, ese olor que se acostaba a mi lado cada noche y yo abrazaba. Lo echaba mucho de menos. Hacía ya mes y medio que por motivos de trabajo mi novio había tenido que salir de viaje al extranjero para tres meses. Era una oportunidad que no podía dejar escapar y la cogió. Yo lo animé. La casa estaba muy vacía sin él. Se me hacían enormes aquellas cuatro paredes sin su sonrisa llenándolas. Pero aun quedaba otro mes y medio para que mi soledad se convirtiera en sonrisas y besos.

Fui a la cocina a prepararme la cena. Abrí las ventanas, el calor era insoportable. La luz solar ya apenas iluminaba y todo empezaba a teñirse de negro y aun así el calor se colaba por la ventana, como un ladrón intentando robar el poco aire respirable que quedaba en la cocina. Las farolas de mi calle despertaban. Abrí la puerta de la nevera. Un golpe de aire fresco me hizo cerrar los ojos y estar unos segundos parada. Después saqué todo lo necesario para prepararme una ensalada. Una lechuga, unos huevos y unas patatas cocidas, unas aceitunas, un poco de tomate y una lata de bonito. Ya lo tenia casi todo preparado de la noche anterior y sólo tenía que ponerlo en un bol y cenar tranquila. Estaba poniendo todo cuando al mirar por la ventana lo vi.

Mi vecino de enfrente tenía la luz de su cuarto encendida. Nuestros bloques no están muy separados el uno del otro y si no se tiene cuidado te pueden observar todo lo que haces. Más de una vez me he visto sorprendida caminando por mi casa en ropa interior y con varias miradas curiosas al otro lado de la ventana fijas en mis pasos. Desde mi cocina se veía bien su cuarto. Tenía las cortinas abiertas y la persiana levantada. Estaba desnudo, tumbado sobre la cama y miraba fijamente hacía el otro lado de la habitación. Por su estado de nerviosismo comprendí que a ese otro lado tenía que haber algo que le alteraba. Después me fijé, estaba empalmado. Incluso desde mi cocina se le notaba sin ninguna duda. No tardé en descubrir el motivo de su inquietud.

Una joven rubia de alrededor de metro setenta, escultural y con insinuantes curvas se contoneaba delante de la cama al ritmo de una música que solo debía sonar en su cabeza y, con suaves movimientos y muy sensual, se iba desnudando lentamente. Cuando acerté a descubrirla sus pechos bailaban al aire y su minifalda se deslizaba por sus piernas al ritmo de sus caderas acercándose lentamente al suelo, dejando al descubierto un pequeño tanga, color rojo, que dejaba muy poco a la imaginación y mucho a la vista de un, ya más que nervioso, vecino mío.

La joven siguió bailando. Yo le miraba a él. Se acariciaba despacio y cada vez se le notaba más duro y excitado. La verdad es que, incluso visto desde mi ventana, mi vecino estaba bien dotado. Sin poder evitar sonreír me acorde de mi novio. Mi chico no carece de encantos tampoco. Muchas veces me divierto provocándole en un lugar publico y notando como un bulto enorme deforma su pantalón. El pobre siempre se empeña en intentar esconderlo, muerto de vergüenza. Es muy tímido, pero esta demasiado bien dotado como para que no se le note. ¡ Dios como lo echaba de menos!

La joven rubia se subió a la cama completamente desnuda, gateando sobre las sabanas y, sin pensárselo dos veces aparto la mano de mi vecino, que seguía acariciándose, y acercando su boca a aquel buen pedazo de carne se la fue tragando despacio. Los dos empezaron a gemir.

Me aparté de la ventana. Verles así y pensar en las veces que yo hacia eso mismo con mi novio me estaba poniendo mala. Decidí centrarme en la ensalada y dejar de pensar. No pude, era demasiado tarde. Ya no me podía sacar a mi novio de mi cabeza. Llevaba mes y medio sin sus besos, sin sus caricias, sin su olor, sin el suave roce de su piel contra la mía, sin aquel bulto que deformaba su pantalón. Al pensar en ello no pude evitar volver a sonreír. La verdad es que estaba bastante necesitada de los atributos de mi novio.

Recordé que la noche anterior antes de irse nos desahogamos pensando en el tiempo que íbamos a estar sin vernos. Hicimos el amor toda la noche. De varias maneras. Sus manos me recorrieron entera. Sus labios me dibujaron cada poro de mi piel. Su lengua humedeció todo mi cuerpo. Su sexo me llenó hasta lo más profundo de mi ser. Aquella noche fue una locura. Acabe agotada, pero muy feliz. Lo amaba y lo deseaba con pasión. Y ahora no lo tenía y cada vez me hacía mas falta.

Pensar en él, en aquella noche y en lo que hicimos me hizo suspirar y humedecer. Intenté pensar en mi cena y en las cosas que me quedaban por hacer en la casa antes de acostarme. Tenía bastante ropa que meter a la lavadora. La casa estaba sin recoger del día anterior. Tenía que preparar unos informes para el trabajo. Fue imposible, me mordía los labios nerviosa, apretaba mis piernas para no sentir los latidos de mi sexo pero no pude evitar humedecerme. Mi necesidad y mi deseo eran mayor que mi poder de concentración. Curiosa y alterada, picara y traviesa, pensativa y morbosa, volví a mirar por la ventana.

Mi vecino poseía a aquella rubia exuberante. Se movía cadenciosamente sobre ella. Lo hacía muy despacio. Dejando que cada centímetro de su sexo se dejara notar al entrar y al salir. Lo hacía sin prisas. Disfrutando del momento. La besaba apasionado sin dejar de moverse sobre ella. Sus manos estaban entrelazadas. Su cuerpo la cubría casi por completo, yo apenas la intuía debajo de él. Alterada y deseosa, me deje llevar por mis instintos. Necesitaba una buena dosis de placer y sabía que yo misma podía dármela. No era lo mismo que estar con mi novio pero me servía para desahogar mi, desatendida, lívido.

Me olvidé de la ensalada y, sin dejar de mirar por la ventana, me empecé a acariciar suavemente mis pechos por encima de la camisa. Aproveché aquella escena de deseo que me ofrecía mi vecino y su acompañante para terminar de excitarme y notarme empapada entre las piernas. Después, dejando a una de mis manos investigar bajo la camisa, comprobé lo mojada que estaba y, con esa humedad en mis dedos, volví a acariciar mis pezones. Esta vez, por debajo de la ropa. No tardaron en endurecerse. Imaginaba a mi novio apretando mis pechos entre sus labios. Cada una de mis caricias en mis sensibles pezones me hacía suspirar de placer. Estaba caliente, muy caliente y ya la escena de mi vecino con la rubia tetona dejó de interesarme buscando un placer mayor que el que me proporcionaba ejercer de voayeur.

Aquella escena había despertado mi lado morboso y travieso. Decidí jugar con mi propio cuerpo. Masturbarme despacio, lenta y pasionalmente hasta alcanzar el orgasmo o los orgasmos que mi cuerpo deseoso me pidiera. Recordé que lo que más caliente solía poner a mi chico era verme masturbando mi culo para él e, imaginando tenerlo a mi espalda, empecé a hacerlo. Lo primero que hice fue humedecerme los dedos entre mis piernas y, con ellos empapados, lubricar la entrada de mi culo. La sensación de mis yemas humedecidas, en aquel pequeño orificio de mi ser, me hizo suspirar. Muchas veces mi chico había jugado de la misma manera en él. Lo volví a sentir a mi espalda. Casi podía sentir su respiración sobre mi piel sudorosa. Noté como poco a poco, ayudado por la humedad y el roce de mis dedos, se iba dilatando y, ya casi sin querer, sentía como uno de mis dedos se introducía en él. Lo dejé entrar hasta lo más profundo y, no siéndome suficiente, busqué una postura mejor que me permitiera llegar más dentro de mi cuerpo. Cerré los ojos, era como sentir sus dedos explorando mi ser. ¡ Como lo necesitaba!

Me puse de rodillas en el suelo de mi cocina. En aquella postura mi culo se ofrecía mejor a mis deseos. Dejé que dos de mis dedos jugaran a placer en su interior lo que me mantenía jadeando sin parar. Notaba mi sexo latir deseoso y envidioso de aquellos dedos. Estaba totalmente empapada y gotas de mi placer mojaban ya el suelo de la cocina. Mis dedos ya no me eran suficientes, estaba demasiado caliente y necesitaba algo más. Algo que se asemejara al sexo de mi pareja. Nerviosa abrí la nevera.

Busqué con la mirada algo que me pudiera servir. Tardé en encontrarlo, pero al final, en una bolsa que había en el cajón de abajo encontré lo que buscaba. Saqué de la bolsa una zanahoria. Tenía el tamaño perfecto. Ni excesivamente grande cómo para no poderla usar en mi delicado culo ni tan pequeña como para no darme el placer que yo buscaba. Nerviosa y con prisas la limpié. Sin embargo, despacio, sin prisas, y después de humedecerla entre mis labios inferiores la deslice entre mis nalgas dejando que lentamente me follara.

Pensé en mi novio, en lo caliente que verme así le hubiera puesto y en lo poco que habría tardado en poseerme allí mismo en medio de la cocina. Mi primer orgasmo se acercaba. Brotaba ya de mi vientre y se acercaba al borde de mi coño. Aceleré el ritmo de mi mano para follarme más deprisa, buscando aquel instante de placer intenso entre gemidos ahogados y entrecortados. Mi culo se tensó, mis piernas se apretaron, mi coño se contrajo y todo a la vez estalló en un orgasmo intenso que me hizo caer a cuatro patas en el suelo de la cocina.

Tarde unos segundos en recuperar la respiración. Seguía con la zanahoria clavada entre mis nalgas y prácticamente tumbada en el suelo de la cocina. Aquel orgasmo había sido intenso y muy placentero pero mi coño, olvidado aun por mis caricias parecía suplicar un poco de atención. Cerré los ojos. Sonreí recordando lo que una vez pasó con mi novio en el mismo sitio donde yo ahora me encontraba.

Aquel día llegó a casa del trabajo y me pilló en la cocina preparando la cena. Sin decirme nada se puso a mi espalda y apretándome las tetas empezó a rozarse con mis nalgas. Llegaba ya empalmado y no me dejo ni siquiera preguntarle que hacía. Simplemente me bajo la ropa y empezó a follarme salvaje y descontrolado. Fue tanto el placer que me dio que me corrí casi enseguida y me fallaron las piernas. Me tumbé en el suelo y él se masturbo de pie delante de mí corriéndose casi seguido y dejando que su leche me empapara entera.

Pícara volví a abrir la nevera y saqué un brik de leche. Aquella leche sería la corrida de mi novio esa noche. Saqué despacio la zanahoria de mi culo y me tumbé boca arriba. Desabroché la camisa y vertí un poco de leche en mis duros pezones. Imaginaba a mi novio llegando al orgasmo sobre mi como aquella noche. Dejé caer un poco más de leche en mi ombligo. Llenándolo, rebosándolo. Después eché mas cantidad entre mis piernas. Era como sentir a mi novio vaciándose sobre mi. Ya no podía más.

Busque con mis dedos aquella leche mezclada con mis flujos y me la lleve a la boca. Tenía un sabor más dulce que el que había descubierto al probar el orgasmo de mi novio mezclado con el mío. Me gustó y me follé los dedos golosa e insaciable. Mi cuerpo, mi ser, mi sexo me pedían volver a llegar a un orgasmo que me vaciara por completo. Me subí a la mesa de la cocina y allí encima abrí lo más que pude mis piernas. En el suelo de la cocina se veía un pequeño charco de mis flujos y de la leche mezclados. Estaba descontrolada. Necesitaba follarme duro. Lo hice. Con una de mis manos frotaba y pellizcaba mi clítoris. Con la otra dejaba que tres de mis dedos me penetraran. Me movía a un ritmo vertiginoso. Salvaje. Bestial. El mismo ritmo con el que mi novio me había echo suya aquel día. Mi boca solo dejaba escapar gemidos de placer. Mis ojos cerrados me llevaban a sentir a mi novio sobre mi. Mis piernas temblaban. Mis pechos se balanceaban al aire. Mi espalda se arqueaba y mi cintura se movía acompasadamente con mis dedos. Todo mi cuerpo era puro placer y deseo. Me mordí los labios. Otro orgasmo, mucho más intenso que el anterior, casi me deja sin respiración. Agotada y satisfecha me dejé caer sobre la mesa.

Suspiré lastimosamente, pensando que aun me quedaba otro mes y medio para sentir así a mi novio y sonreí al pensar que necesitaría, en aquel tiempo, más de aquellos consuelos caseros y solitarios. Ya más relajada y recuperando la respiración abrí los ojos y miré por la ventana. Mi vecino y su amiguita me miraban atentos desde el alfeizar. Les sonreí
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