miércoles, 20 de febrero de 2013

Una noche en el monte.

Había sido una semana muy dura. Todo a mi alrededor parecía querer estresarme y en lo único que era capaz de pensar durante la semana era en que llegara, por fin, el viernes para escaparme al monte. Una tienda de campaña, una fogata y la única compañía de las estrellas.

Me pasaba los días organizando todo en mi cabeza. El sitio que iba a elegir para poner la tienda, las cosas que tenía que llevar, el tiempo que iba a estar y, sobre todo, disfrutaba pensando en las cosas que iba a hacer mientras estuviera allí. Eso me ayudaba a pasar más rápido los días de la semana. Pero por mucho que imaginé todas las cosas que iba a hacer nunca pensé que fuera a pasar lo que realmente pasó.

El viernes a la tarde ya tenía la comida y la tienda de campaña metidas en el coche y tras darme una ducha que me ayudara a relajarme un poco me monte en mi coche y me lancé a la aventura. No por nada mis amigas siempre me dicen que estoy como una cabra...y las cabras, como dice el refrán, siempre tiran al monte.

Conocía, en la ladera de un monte cercano a mi ciudad, un rincón rodeado de árboles que daban al lugar la intimidad y soledad que yo buscaba pero que en su centro, como si del ojo de un huracán se tratara, había un claro que me permitía tumbarme en el suelo y disfrutar del cielo estrellado del levante. Un cielo estrellado que desde mi ciudad era imposible contemplar por las luces de la calle que se tragaban cualquier otra luz.

Empezaba a caer la noche y ya tenía montada la tienda de campaña. Aunque esta prohibido me gusta hacer una fogata que da una luz especial al lugar, como una cena con velas, y que también me ayuda a alejar alguno de los animales del bosque.

Era una noche calurosa. Yo iba vestida con un vestido negro,ligero, y la soledad e intimidad de la montaña me permitían ir sin ropa interior ante la ausencia de posibles miradas indiscretas. Eso me permitía tumbarme sobre la hierba y sentir su frescor en mi piel. Mi vestido negro y mi melena negra me permitían camuflarme en la noche y sentirme una parte más de la naturaleza y no una intrusa que venía a romper la calma de aquel lugar.

Después de una ligera cena cerca del fuego me dispuse a tomar una copa de vino mientras me dejaba abrazar por el aroma a hierba fresca y a madera. Disfruté de cada sorbo mientras la calma se apoderaba de mi ser y aliviaba cualquier rastro de ansiedad de mi piel. No necesité más de dos copas y un par de horas para olvidarme por completo del estrés de la semana y, completamente relajada me tumbe sobre la hierba mirando a las estrellas.

La tranquilidad del lugar, el acogedor ambiente, las copas de vino y la sensación de que la hierba me acariciaba la piel me hacía sentir tan bien que mi imaginación empezó a volar. He de reconocer que tengo etapas en mi vida completamente distintas. En unas me puedo pasar semanas sin pensar siquiera en el sexo, otras en cambio necesito masturbarme varias veces al día. Ese día en la montaña estaba en uno de esas últimas etapas.

Me subí ligeramente el vestido y dejé que la hierba fresca acariciara mis muslos. Mis manos buscaron la parte alta de mi vestido y, aprovechando la suavidad de la tela empecé a acariciarme los pechos con delicadeza, disfrutando de cada caricia y notando a cada una de ellas como la piel se me iba erizando.

El roce de mis dedos sobre la ropa fue endureciendo mis pechos y la sensación de sentirme excitada empezó a apoderarse de mi cuerpo. Mis caderas empezaron a moverse y eso hizo que el vestido se me subiera aún más y la hierba acariciara mis nalgas y sus hojas más altas rozaran parcialmente mi sexo que comenzaba a humedecerse.

Debo reconocer que a veces me gusta ser “cruel” conmigo misma y aunque mi sexo empezaba a pedirme, con sus fuertes latidos y su humedad, mis caricias yo seguía entretenida en mis pechos y en mordisquearme los labios haciendo desesperar a esa otra parte de mi cuerpo que deseaba ser acariciada.

Pero mi excitación fue a más. La humedad ya empapaba mis muslos y mi cuerpo entero se retorcía de placer sobre la hierba. Estaba a punto de sucumbir a los deseos de mi sexo cuando un fuerte ruido tras los árboles rompió la mágia del momento asustándome. Me levanté de un salto del suelo y me coloqué bien el vestido pensando que algún merodeador andaba por el lugar. Volví a escuchar el ruido tras los árboles y curiosa, nerviosa y asustada a partes iguales me acerqué a ver que hacía aquel ruido. Cuando lo descubrí la curiosidad y los nervios desaparecieron; no puedo decir lo mismo del estar asustada. Entre los árboles una pantera negra había dado caza a un conejo y disfrutaba de su festín. Asustada decido regresar al fuego con la esperanza de que una vez que haya devorado a su presa la pantera continúe su camino sin percatarse de mi presencia o de protegerme junto al fuego. No ocurrió así.

No llevaba ni un minuto sentada junto al fuego mirando nerviosa hacía el bosque cuando la cabeza de la pantera negra apareció en el claro. Quise correr asustada y protegerme en mi coche pero el miedo me paralizó por completo. Era incapaz de moverme y la pantera seguía acercándose a mi. Finalmente se quedó parada justo al borde de la luz que emanaba del fuego. “Bien el fuego la asusta” Me dije como una tonta. Se quedó unos segundos allí quieta y pude observarla detenidamente. Su pelo negro parecía terciopelo y brillaba a la luz de la luna. Sus ojos eran dos estrellas redondas abiertas de par en par en la noche. Debía medir algo mas de un metro de largo pero yo estaba convencida que si se lanzaba sobre mi me devoraría de un solo bocado.

Entonces dio otro paso más rompiendo la barrera imaginaria de seguridad que me daba la luz y yo ya estaba convencida de que el conejo había sido sólo el aperitivo de aquel poderoso animal y que yo me iba a convertir en el plato principal. Dio dos pasos más hacía mi y su hocico quedo prácticamente al lado de mis piernas. Se me quedó mirando unos segundos y después me golpeo ligeramente con su hocico en mi pierna y volvió a mirarme.

Sin comprender y no se si llevada por la locura, el miedo o vete tu a saber que, alargue mi mano y la acaricié la cabeza. Increíblemente no rechazó mis caricias.

Llevada por aquel gesto de acercamiento me incorpore ligeramente y me dispuse a acariciar el lomo de aquel increíble animal y aquella piel aterciopelada y negra como las profundidades de la noche. Su piel era suave y no parecía molestarle mis caricias. Era como si un gato enorme pero manso se dejara acariciar aunque a mi no se me terminaba de olvidar que unos minutos antes aquel mismo “gato” devoraba un conejo.

Mi mano recorrió su cabeza, su lomo, sus piernas y finalmente su bajo vientre...cuando mi mano choco contra su miembro descubrí que la pantera que tenía delante era en realidad un macho.

La pantera, o debería llamarle el pantera no lo se, volvió a golpear con su cabeza en mis piernas, esta vez mas insistentemente y con su corpulencia me desequilibró y me tiró al suelo. No pude llegar a recuperar mi verticalidad cuando tenía ya a la pantera entre mis piernas. Me quedé absolutamente quieta.

Mi vestido se había vuelto a subir al caerme y habían quedado a la vista todas mis intimidades. La pantera olfateaba curiosa entre mis muslos. Entonces comprendí que había llamado su atención allí.

En mis muslos aún quedaban restos resecos de mis flujos de cuando había empezado a masturbarme y aquel olor parecía llamar la atención de aquel animal. Yo era completamente incapaz de moverme y entonces ocurrió.

¡Oh dios! Debo estar completamente loca. Aquel animal me recorrió entera con su lengua llevándose cualquier resto de aquellos flujos y al pasarla por mi coño me arrancó un gemido de placer como nunca nadie lo había hecho en mi vida. Me sentí enloquecer. ¿ O ya estaba loca? No lo se, el caso es que el primer pensamiento que pasó por mi cabeza no fue ni el de huir, ni el de asustarme por miedo a ser devorada. El primer pensamiento que pasó por mi cabeza fue el de que aquella pantera negra volviera a pasar su lengua por mi coño. Y lo hizo...¡Dios!

Una corriente eléctrica cruzó mi cuerpo. Inmediatamente mi cuerpo reaccionó a aquel segundo lengüetazo y todos los signos de excitación que tenía mi cuerpo cuando me estaba masturbando (pezones erectos, respiración entrecortada, calor, coño empapado) todos volvieron de golpe. Fue una sensación que no había tenido en mi vida, algo que no me había ocurrido nunca, algo impensable para mi hasta entonces...pero a la tercera lamida de aquel animal llegué al orgasmo y creí desfallecer.

Como sabiendo que había ocurrido el animal dejó de lamerme. Me levanté ligeramente con las piernas aún temblorosas lo suficiente como para conseguir apoyarme sobre su lomo.

“Dios que has hecho...eres precioso...que has hecho...dios...” Era lo único que conseguía balbucear mientras volvía a acariciarle el lomo.

Cuando mi mente recuperó un poco de lucidez, que no de cordura, recordé con que había chocado mi mano al acariciarle el bajo vientre. Esta vez si, curiosa, volví a acariciarle en aquel lugar. Me encontré con un enorme pene armado que tenía la misma piel suave que el resto del cuerpo del animal.

Notando aquel pene erecto entre mis dedos sentí que debía algo a aquel animal después del orgasmo que me había hecho tener con su lengua. E instintivamente, como hacen los animales, empecé a masturbarlo. Primero suavemente, y después, cada vez más excitada con la idea, con fuerza. La pantera comenzó a ronronear...si, a ronronear, como un gato, un gato enorme y salvaje pero un gato. Y su polla siguió creciendo entre mis dedos.

Me excite. Ya he dicho que estaba en una de esas etapas de mi vida que necesitaba masturbarme varias veces al día. Y con mi mano libre empecé a masturbarme mientras seguía haciendo lo mismo con la otra mano al animal.

Mis dedos resbalaban cada vez con mas facilidad sobre mi coño que volvía a humedecerse rápidamente. Mi otra mano masturbaba enérgicamente aquel miembro viril en pleno esplendor. Me sentía al borde del segundo orgasmo y cerré los ojos. El animal volvió a empujarme con fuerza con su cabeza y caí de espaldas al suelo. Otra vez más fue más rápido que yo. Y esta vez se puso completamente encima de mi.

Me asusté, Me asusté muchísimo. Comencé a gritar pero soy tan buena escogiendo mis escondites en el bosque que aunque me hubiera dejado la voz gritando nunca hubiera venido nadie a ayudarme. Comprendiéndolo me quede callada. Y cuando comprendí que es lo que quería aquel animal por miedo a ser devorada, no me quedó más remedio que aceptarlo.

No intentaba morderme. Su cuerpo no me atacaba. Solamente me retenía. Y su polla...esa que segundos antes estaba masturbando con mi mano chocaba violentamente contra mis nalgas apretadas contra el suelo. ¿Que podía hacer? Estaba excitadisima, lo reconozco pero aunque sólo hubiese sido por supervivencia en aquel momento hubiese hecho lo mismo. Levante mis caderas.

Aquel animal salvaje aprovechó la ocasión y no tardó en lograr penetrarme. Una penetración profunda, de un solo golpe que me hizo daño. Sentí desgarrarme por dentro cuando aquel miembro enorme entró por completo dentro de mí. Fue un dolor intenso que me hizo gritar, pero a la vez mitigado por el hecho de que mi coño estaba perfectamente lubricado. Un dolor que poco a poco fue siendo reemplazado por la misma intensidad de placer. Completamente dominada, sin posibilidad de resistencia, sin ninguna otra opción que dejarme follar por aquel animal me sentí como una perra, como una zorra. como una cerda...como una pantera en celo. Como cualquier animal al que a una mujer le comparan cuando quieren decir de ella que es una puta.

Lo reconozco...no se cuantas veces llegué al orgasmo. Muchas...demasiadas...No lo recuerdo porque llevaba por el placer, el miedo, y aquella sensación de sumisión que me devoraba las entrañas perdí el conocimiento y me convertí en un juguete de peluche para aquella pantera que podría haber hecho conmigo lo que quisiera. Recuerdo que el ultimo pensamiento que tuve antes de desfallecer fue...Si muero entre sus fauces será el final más increíble. El primero que tuve al despertar a la mañana siguiente fue lo mal que me sienta beber vino.

Me desperté tumbada en el suelo. Prácticamente desnuda con el vestido rodeando mi cuello y mi cuerpo sobre la hierba. Me dolía el cuerpo al levantarme del suelo y antes de que el vestido volviera a cubrir mi piel pude ver restos de flujo en mis muslos. La cordura volvió a mi cabeza. Seguramente me había estado masturbando cuando el cansancio de una dura semana me dejó dormida pero la necesidad de alcanzar orgasmos me había tenido masturbándome incluso en sueños fantaseando con mi fantasía de ser poseída por un animal salvaje que no tuviera compasión por mi y me hiciera sentir sumisa y esclava de mis deseos.

Al parecer todo había sido una fantasía erótica y fascinante de mi imaginación. Y digo al parecer...por que al llegar a casa y quitarme la ropa me llevé una sorpresa al mirarme en el espejo. Mi espalda estaba enrojecida y con unos arañazos que me llevan doliendo toda esta semana, que cruzaban toda mi espalda.

Y ahora tengo un problema...no se que pasó realmente. Sólo se que me mojo entera cada vez que me recuerdo sintiéndome como un animal en celo, sumisa y obligada bajo la virilidad de aquel animal.

4 comentarios:

  1. Se agradecería vuestros comentarios en los relatos para poder mejorar a la hora de escribirlos.
    Un saludo a mis lector@s

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    1. Me encanto tu relato fue muy exitante aqui te dejo mi numero para que nos comuniquemos si lo deseas 8298584847 escribeme por whatsapp

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    2. Me encanto tu relato fue muy exitante aqui te dejo mi numero para que nos comuniquemos si lo deseas 8298584847 escribeme por whatsapp

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  2. y par k kieres saver eso jajaaj saludos

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