martes, 5 de junio de 2012

El baño de Sandra (Parte 1/2)

El día en el trabajo había sido agotador. Sandra sólo podía pensar en que su reloj marcara la hora de salida. Se le hacía la boca agua de saber que al salir iba a poder darse un baño relajante en las aguas calidas de un SPA. Había estado pensando en aquel momento toda la semana y, por fin, había llegado.

Fue salir del trabajo e ir a toda prisa a aquella sesión de SPA que la estaba esperando. El día había sido tan duro que Sandra sentía todos los músculos de su cuerpo doloridos y un peso sobre los hombros que le incomodaba. El calor había hecho que la ropa se le pegara y que unas pequeñas gotas de sudor perlaran su frente. Por eso, en cuanto llegó al centro de hidroterapia, lo primero que hizo fue quitarse la ropa, despojarse de aquellas prendas que por el calor se pegaban a su piel. Sandra se quitó los pantalones y la camisa. Sólo desprenderse de aquellas prendas ya fue para ella un alivio. En ropa interior se miró en el espejo de los vestuarios. El pelo negro recogido, la cara cansada, los pómulos colorados por el calor, una gota de sudor resbalándole por el cuello hasta perderse en las costuras de su sujetador. ¡Dios que ganas tenía de meterse en la piscina con burbujas!

Sandra se quitó su ropa interior de color azul celeste y la cambio por un bonito bikini de color blanco que, si bien cubría perfectamente todos sus encantos, le hacía verse muy atractiva. Guardó toda su ropa en la taquilla y, disfrutando de cada paso hacía el agua, como quien saborea una fresa a pequeños mordiscos para que nunca se acabe, llegó hasta la bañera de hidromasaje. Ver las burbujas de aquella bañera danzando sobre el agua le hicieron sentir un cosquilleo de placer que subió por su columna vertebral y terminó golpeando con una descarga de placer sus sienes haciéndola cerrar los ojos y morderse sus suaves labios rosados.

Sandra dejó que aquellas burbujas calidas bañaran su cuerpo. Lentamente fue metiéndose en la bañera, cubriendo primero sus piernas. Cuando el agua y las burbujas llegaron a sus muslos y mojaron su bikini Sandra volvió a sentir el escalofrío de placer y se mordió los labios otra vez.

Con todo el cuerpo ya dentro del agua, sintiendo como el efecto del hidromasaje empezaba a relajarla, Sandra soltó su pelo que quedó flotando como una pequeña marea negra sobre las aguas. Su cuerpo fue resbalando despacio hasta sumergirse del todo. Cuando salió del agua su pelo enmarcaba la sonrisa de satisfacción de su cara y tenía los ojos cerrados. Así se quedó apoyada contra la bañera mientras disfrutaba de las caricias de las burbujas en su, cada vez más relajados músculos.

Unos pasos le hicieron darse cuenta de que ya no estaba sola en la bañera. Un chico de pelo moreno, de piel bronceada y bonita sonrisa estaba entrando en el agua. Venía con un bañador muy ajustado al que Sandra no pudo evitar echar una mirada furtiva. El joven se sentó frente a ella y durante unos segundos ambos se quedaron mirando. Había algo en la sonrisa traviesa de aquel chico que atraía a Sandra. Sus miradas se cruzaron en un par de ocasiones más pero ninguno de los dos rompió el hielo con palabras.

Sandra estaba pensando en decirle algo cuando un saludo desde la entrada rompió el silencio. Una joven de unos veinticinco años, de pelo castaño y cara de niña mala les daba las buenas tardes antes de entrar en la bañera. Llevaba un bikini de color azul turquesa que, en cuanto se humedeció al contacto con el agua dejó traslucir unos enormes pezones en su parte superior. El chico dejó de mirar a Sandra y durante unos segundos fijó su mirada en aquellas aureolas que se transparentaban. ¡Que todos los hombres sean iguales! Aunque a Sandra no le quedó más remedio que reconocerse a si misma que ella también había mirado la exhuberancia de aquella joven.

Verónica, que así dijo llamarse la niña mala, era muy habladora y por lo que pudo observar Sandra bastante lanzada ya que en cuanto el chico le dio un poco de conversación, ella y sus risitas traviesas, se fueron acercando a él hasta que estuvieron uno al lado del otro. Sandra cerró de nuevo los ojos centrándose en relajarse y obviando las técnicas de seducción de aquella descarada. Pero a Sandra le duraron poco los ojos cerrados.

Lo que le pareció un suspiro le hizo volver a abrirlos por curiosidad. El ver como el joven y la niña mala se comían la boca con desenfreno le hizo mantenerlos abiertos. En un principio aquella escena de lenguas entremezcladas le ruborizó y a punto estuvo de llamar la atención a los dos alertándoles de su presencia. Pero cuando el chico abrió sus enormes ojos negros y, sin dejar de besar a Verónica, los clavó en ella a Sandra le recorrió una extraña sensación por el cuerpo mezcla de rubor, morbo y excitación. Lo que en un principio le pareció una escena indecorosa se transformó en una escena de lujuria que se dispuso a disfrutar.

Verónica devoraba los labios del chico. Sandra podía ver la lengua de ella recorriendo cada centímetro de los labios de él. Luego, cuando el joven la agarraba de la cabeza e introducía su lengua en lo más profundo de su boca él seguía abriendo los ojos y mirando a Sandra con descaro. Sandra no lo podía explicar pero cada vez que aquellos ojos profundos la miraban mientras besaba a la otra chica ella sentía que su excitación aumentaba tanto que cuando vio que la mano del chico se perdía dentro del minúsculo bikini de Verónica sintió un pequeño espasmo de placer entre sus muslos.

La niña mala dejó escapar un gemido ahogado al sentir los dedos del joven explorando dentro de su bikini. Sin pensarlo dos veces se sentó sobre las piernas de él. Al hacerlo, durante unos segundos, se colocó de pie de espaldas a Sandra que se ruborizó al sentir una nueva contracción de placer entre sus piernas al ver transparentado en aquel bikini color turquesa el apetecible culo de Verónica. Sandra tuvo que morderse los labios y cruzar las piernas para controlar las sensaciones que empezaba a sentir. Se veía inmersa en aquel torbellino de lujuria que sus dos compañeros de bañera estaban formando y sentía una fuerte atracción a seguir mirando.

En aquel momento otra pareja llegó a la piscina. Al verlos Sandra se sintió aliviada. La llegada de aquellos dos nuevos inquilinos a la bañera tranquilizaría los ánimos del joven y la niña mala y así podría escapar del influjo de ellos dos. Pero Sandra se equivocaba.

Verónica saludó a los dos nuevos acompañantes con su habitual sonrisa sin bajarse de las piernas del chico y, una vez echas las presentaciones siguió comiéndose los labios de su acompañante con el mismo deseo o más que minutos antes. Era tal su ansia que parecía querer arrancarle los labios en cada beso. Roberto y Sara, que así se llamaban la pareja se sonrieron al ver los apasionados besos de los dos jóvenes.

Roberto y Sara eran algo mayores. Roberto tendría ya sus treinta y cinco años y Sara tenía pinta de haber superado recientemente la barrera de los treinta. Él era un chico normalito, de pelo castaño corto y con alguna cana que delataba su edad. Sin embargo Sara era preciosa. Tenía unos ojos grises y profundos en los que resultaba fácil perderse. Su larga melena rubia y rizada caía sobre sus hombros y terminaba sobre sus pechos dotándoles de un marco inmejorable. Tenía los labios carnosos y de un suave tono rosa pastel que los hacía tremendamente apetecibles y su sonrisa y su voz eran tan dulces que cautivaban a quien la escuchaba. Sandra esperaba que fueran ellos quienes cortaran la efusividad de Verónica y el joven pero en vez de eso ambos se reían divertidos al ver como sus besos se iban apasionando, como sus respiraciones se iban entrecortando y como sus cuerpos empezaban a contonearse sobre las aguas. Sandra no se lo podía creer, el joven y la niña mala estaban a punto de ponerse a follar allí mismo. Y lo peor...ella estaba deseando verlo.

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