jueves, 7 de junio de 2012

Un juguete en sus manos. (Parte 1/2)

No entiendo como he podido terminar así. Atada, indefensa, suplicante, cachonda, empapada, sollozando. Suplico, ruego, suspiro, pido, imploro, pero no me hacen caso. Solo soy su juguete. Su voayeur.

Lo tenían todo planeado, desde el principio, y yo me he dejado engañar como una tonta. Y ahora, están los tres frente a mí. Dos hombres y una mujer. Follando, follando como locos, gimiendo, gritando, sudando, suspirando, ignorando mis suplicas. Y yo, atada a la pared de pies y manos, sin poder hacer nada salvo mirarles e implorar. Sin poder acariciarme con mis manos, sin siquiera el derecho a patalear. Mis pies están firmemente sujetos. Solo puedo mirarles y oírles. Mi coño empapa mis muslos y gotea al suelo de placer al verlos mientras el resto de mi cuerpo sufre la tortura.

Todo ha comenzado con una llamada de una amiga. Me ha pedido un favor. Tenía una cita y necesitaba que la acompañara. Ella, su chico y un incomodo sujetavelas que la fastidiaba sus planes. ¡Maldita mentirosa!

He aceptado. Nunca esta de más que te deban un favor, nunca sabes cuando puedes tu necesitar uno. He acudido a la cita elegante y atractivamente vestida. Un vestido negro de tirantes con algo de escote y unos zapatos de tacón. He llegado al bar y mi amiga esperaba en la puerta. Me ha dado un ligero beso en los labios, que no me ha sorprendido, y me ha invitado a pasar. Los chicos nos esperaban.

La cita no empezaba mal. El sujetavelas en cuestión era un hombre bastante atractivo. Alto, atlético, de sonrisa traviesa y mirada profunda, maduro, con alguna cana en su pelo moreno que le daban un toque seductor. He tenido la sensación de que la velada iba a ser interesante. No me he equivocado. ¡Pero no esperaba acabar aquí! ¡Atada viéndolos follar como animales salvajes!

La cena ha sido distendida. No he tenido más que reconocer el buen gusto de mi amiga eligiendo acompañante. Su chico también era tremendamente atractivo. Incluso ella, con aquella blusa vaporosa de color azul celeste, me ha parecido tremendamente sensual.

Mi calenturienta mente ha viajado durante la cena a alguna fiesta sexual entre los cuatro y no he tardado en notarme humedecida. ¡Que cerca y que lejos estaban mis pensamientos de la realidad!

Acabada la cena mi amiga no ha dudado en invitarnos a los tres a tomar algo a su casa. A mi me ha parecido una estupenda idea. Se acercaba mucho a la idea que había estado humedeciendo mi ropa interior. Los chicos también han aceptado encantados.

Hemos subido a la casa y los nos hemos sentado en el salón. Mi amiga nos ha traído unas copas y hemos empezado a charlar. La conversación se ha empezado a tornar en banal y aburrida y, ¡estupida de mi!, he decidido sacar a pasear mi lado travieso y provocador. Ni corta ni perezosa, aprovechando un instante de silencio entre los cuatro, he tomado la palabra y les he confesado mis pensamientos durante la cena. Los tres han puesto cara de sorprendidos. Mirándome como si estuviera loca. ¡Hijos de puta como me han engañado!

Viéndoles así, sorprendidos, incluso, aparentemente algo cohibidos, mi lado perverso se ha ido soltando la melena. He empezado a darles detalles de lo que mi mente había estado pensando mientras nos servían la comida. Les he hablado de mis ideas calenturientas, de lo morbosamente excitada que me había sentido durante la cena pensando en una fiesta sexual entre los cuatro, pensando en cuatro cuerpos desnudos, sudorosos, borrachos de lujuria y de deseo, pensando en miradas lascivas, palabras soeces, olores intensos a sexo. Les he contado, ya totalmente desinhibida ante sus miradas de asombro y sus caras sonrojadas, como la humedad del deseo había ido impregnando mi ropa interior mientras pensaba en caricias entre los cuatro, besos húmedos compartidos, el sabor de sus tres sexos en mi boca.

Mi discurso estaba causando efecto, no me quitaban la vista de encima, se les notaba interesados, nerviosos, poco a poco más y más excitados e inquietos. ¡Cabrones que bien estaban actuando!

He empezado a acompañar mis palabras con movimientos lascivos y provocadores. Sin dejar de sentir sus miradas fijas en mí he empezado a subir y bajar las manos por mis piernas, cada vez más arriba, subiendo con ellas mi vestido lentamente, mordisqueándome los labios y entrecortando mis palabras entre suspiros intencionados. No he dejado de rozarme hasta que mi vestido ha quedado casi por completo enroscado en mi cintura y mis muslos a la vista de mis sorprendidos oyentes.

Entonces ha empezado todo. El que hacía el papel de incomodo sujetavelas, porque todos hacíamos un papel, yo el de pardilla, se ha levantado del asiento. Se veía que mi conversación y mis caricias habían causado efecto en él. Una tremenda erección deformaba sus pantalones. Ha venido a sentarse a mi lado y ha puesto una de sus manos sobre mis muslos. Le he dejado hacer. Era lo que estaba deseando desde que lo imagine durante la cena con su lengua entre mis piernas. Mi amiga y su chico han empezado a besarse. Frente a ellos podía ver como sus lenguas se buscaban y se entrelazaban. He notado como la imagen de los dos besándose y acariciándose y el calor de la mano que recorría mis muslos volvían a empaparme por completo. He buscado sus labios y le he besado apasionadamente. Buscando con mis manos el contacto con su piel levantándole la ropa, empezando a desabrocharle los botones de la camisa. El ha bajado los tirantes de mi vestido. Mis firmes pechos han quedado frente a él y no ha dudado en bajar a lamerlos. Le he apretado su cabeza contra ellos sin quitar la vista de mi amiga y su chico que también empezaban a desnudarse entre suspiros.

Entonces he notado como paraban de mordisquearme los pezones. Me ha dicho que se sentía incomodo delante de sus amigos. Que prefería que nos fuéramos a otro cuarto a solas. ¡Que bien has actuado grandísimo cabrón!

Yo me moría de ganas por quedarme allí, por compartir también las caricias del chico de mi amiga, por meter también mi lengua en la boca de ella, por besar sus pechos, por lamer sus sexos, por disfrutar de los tres. Pero viendo su cara de por favor y sintiendo la necesidad de volver a sentir su lengua en mis pezones he aceptado.

Me ha llevado de la mano a una de las habitaciones. Por el camino mi vestido ha ido cayendo al suelo hasta que lo he dejado abandonado a su suerte en mitad del pasillo. He llegado a la habitación con mis pezones erectos, mi boca entreabierta y mis bragas mojadas. Hemos entrado en la habitación a oscuras. El me ha apoyado contra la pared. Me ha estrujado contra sus brazos. Me ha metido la lengua hasta el fondo de la boca mientras con sus manos masajeaba mis pezones. Me ha hecho suspirar. Me ha calentado. Me ha puesto cachonda hasta perder el control de la situación. Me ha agarrado de las manos y las ha ido subiendo por la pared hasta dejarme con los brazos extendidos aprisionada bajo su cuerpo. He notado como algo se anudaba en mis muñecas y como de pronto estas se tensaban. Entonces ha empezado mi tortura.

Antes de que haya podido reaccionar se han encendido las luces de la habitación. Mi amiga y su chico han entrado y se han sonreído. He empezado a preguntar que pasaba, que estaban haciendo, pero no respondían, solo sonreían. El otro chico me ha despojado de mis bragas y me ha dejado completamente desnuda. Con su humedad ha mojado mi cara y luego le ha dado mis bragas a, la que yo consideraba mi amiga. Ha respirado profundo en ellas y se ha relamido. He seguido preguntando que hacían. Pero no me respondían. Ambos chicos se han agachado a mi lado y cada uno de ellos ha sujetado una de mis piernas. He bajado la mirada y he visto como en la pared había dos lazos. Han llevado mis piernas hasta ellos y, sin poder hacer nada por evitarlo me han anudado los tobillos mientras hacían comentarios sobre lo cachonda que estaba y lo putita que era. Les he ordenado que me soltaran. No me gusta que me insulten y me he enfurecido. He intentado soltarme pero me habían atado fuertemente. Los tres se sonreían, ahora era yo la que tenia cara de sorprendida. ¡Había caído en su trampa! ¡Me habían utilizado desde el principio!

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